Septiembre es el lunes del ano. Mas cruel que abril, remueve las brasas del verano y despierta las brisas del otoño, mezclando la memoria y el deseo. Los escolares regresan a las aulas, los futbolistas al césped, los políticos a las ondas y todos al angst. En esta coyuntura reumática de ansiedad y cefaleas, se rescatan tres esquirlas estivales y se advierte de tres efemérides inmediatas: rescoldos del calor y corrientes de aire.
Alison Smithson murió el 16 de agosto, a los 65 años. Me entero por The Economist, y es de justicia poética que el semanario británico ofrezca la noticia antes que los medios profesionales, ya que Alison y su marido Peter construyeron en 1964 la sede de la revista en Londres, quizá la obra más importante de la pareja. En la posguerra, los Smithson habían sido los fundadores del Nuevo Brutalismo, un movimiento rigorista, austero y puritano que encontró su mejor expresión en la escuela de Hunstanton, una construcción elemental de metal y vidrio con las instalaciones vistas: un Mies brut que les dio más fama que encargos. El didactismo seco y despojado del matrimonio, que le arrojo a los márgenes de la arquitectura durante buena parte de su carrera, fue también el fundamento de su recuperación en los años noventa por parte de los más jóvenes, un tanto saturados del glamour y el hedonismo de la última década.
Noruega se ha encaramado a los titulares en agosto, y parece dispuesta a seguir en ellos incluso después de sus recientes elecciones, feministas y euroescépticas. La multitudinaria reunión de la realeza, el sprint de Indurain sobre el asfalto mojado y la reunión de israelíes y palestinos en la planta 32 del Hotel Plaza hicieron de Oslo la capital del mundo. Conviene aprovechar sus quince minutos de popularidad para señalar que el gobierno noruego, ante el deterioro de la calidad estética del entorno, aprobó hace poco un inédito programa de reformas que incluye la introducción de la arquitectura en la enseñanza primaria y secundaria, así como la construcción de edificios estatales modélicos; y los Juegos Olímpicos de invierno, que se celebraran en 1994 en Lillehammer, se anuncian ya como los primeros juegos blancos... verdes, en un esfuerzo por evitar los desatinos ambientales de Albertville. Si para muchos la arquitectura contemporánea de este ≪país de las luces horizontales≫ se reducía a las liricas construcciones del autor del Museo de los Glaciares, el maestro Sverre Fehn, la admirable iniciativa del Ministerio de Cultura noruego puede alimentar una floración de buena arquitectura en la patria de Ibsen y Munch.
La Gran Mezquita de Hassan II ha sufrido una inauguración deslucida; Juan Pablo II tuvo más éxito en la consagración de la catedral de la Almudena. El edificio de Casablanca, sin embargo, ofrece más interés que el de Madrid; su autor aparente es el francés Michel Pinseau, que también proyecto el muy popular pabellón de Marruecos en la Expo sevillana, pero sus auténticos artífices son los artesanos magrebíes y el reverdecimiento de la fe tradicional. Este templo islámico en la orilla cosmopolita del océano es testigo de su tiempo; aunque su tiempo no sea el nuestro: el arcaísmo megalómano de la Gran Mezquita es una criatura extrema del despotismo y la piedad. En contraste, la desangelada torpeza de la catedral madrileña refuerza su anacronismo desmanado y desmayado. La arquitectura religiosa no es fácil en tiempos descreídos. En Nicaragua, mientras ‘recontras’ y ‘recompas’ se hostigaban a través de secuestros cruzados, el mexicano Ricardo Legorreta terminaba la catedral que el magnate de las pizzas Tom Monaghan ha regalado al cardenal Obando. Curiosamente, el arquitecto ha proyectado un edificio hipóstilo de sabor islámico. Como en Casablanca, en Managua hay miseria y devoción para llenarlo.
Coincidiendo con el centenario del nacimiento de Hans Scharoun, el norteamericano Peter Eisenman ha proyectado para Berlín un rascacielos insólito (arriba). Por su parte, los Juegos Olímpicos de Invierno en Lillehammer han hecho saltar a la palestra la arquitectura noruega: abajo, el Museo de los Glaciares, de Sverre Fehn.
Próximas efemérides
El día 20 se celebra el centenario de Hans Scharoun (Bremen, 1893-Berlin, 1972), uno de los grandes arquitectos del siglo. íntimamente vinculado a Berlín, cuya reconstrucción urbana dirigió en la posguerra, dejo en esta ciudad su edificio más importante, la extraordinaria Filarmónica, un laberinto lirico y enérgico de escaleras que forma el estuche de una sala intima, donde se remansa y se orquesta el movimiento. A diferencia de Mies van der Rohe —cuya Galería Nacional, de geometría exacta y hermética, se levanta en Berlín delante de la Filarmónica— Scharoun no buscaba ≪crear orden en el desorden desesperado del mundo≫, sino expresar el desorden vital de lo contemporáneo a través de sus edificios.
Su obra orgánica y expresionista conoce hoy una vigencia inédita: el mejor sismógrafo de los temblores arquitectónicos, el neoyorquino Peter Eisenman, abandono hace tiempo a Terragni y a Van Doesburg para buscar en las formas de Scharoun metáforas de las fracturas modernas; su proyecto, precisamente para Berlín, de rascacielos feminista, sustituye la habitual torre fálica por una cinta de Moebius de planos quebrados, vagamente vaginal. Su mentor Philip Johnson, que vivió en esa ciudad la invasión de Polonia en 1939, ha reconocido recientemente a Vanity Fair tanto sus pretéritas simpatías nazis como su condición de homosexual: un argumento para Liliana Cavani. Eisenman, un intelectual judío que lleva su amor por la paradoja hasta el extremo de asociarse a Albert Speer (hijo del arquitecto de Hitler del mismo nombre), debería figurar también en el guion.
El día 23 se hace pública la decisión sobre la sede de los Juegos Olímpicos del año 2000. Sídney tiene en contra su desfase horario, que dificulta la cobertura televisiva; Pekín, los reparos norteamericanos; Berlín, a buena parte de su propia opinión pública; Manchester tiene en contra que no es Londres; y Estambul y Brasilia tienen en contra casi todo. No es seguro que la calidad arquitectónica de la oferta influya demasiado en la decisión final de los 91 miembros del Comité Olímpico Internacional; en la última elección, la Coca Cola y la CNN hicieron más por Atlanta que sus arquitectos. Sin embargo, es difícil mencionarlos Juegos de Tokio de 1964 sin evocar el vertiginoso Gimnasio Nacional de Kenzo Tange, o los Juegos de Múnich de 1972 sin recordar las tensas cubiertas colgadas del Parque Olímpico, de Gunter Behnisch y Frei Otto.
El abogado de la arquitectura en el Comité es el mexicano Pedro Ramírez Vazquez, autor del Museo de Antropología y del Estadio Azteca en Ciudad de México (de cuyos Juegos de 1968 fue director general), y de la sede del Comité Internacional y del recientemente inaugurado Museo Olímpico, ambos en Lausana. Los que visitaran el pabellón de México en la Exposición Universal de Sevilla —con aquella x gigantesca que recordaba imperativamente la ortografía nacional—, obra también de Ramírez Vazquez, tienen algún elemento de juicio para evaluar las preferencias estéticas de este arquitecto y exministro que es el principal colaborador de Samaranch en el olímpico terreno de las construcciones deportivas.
El día 24, por último, se inaugura la Thyssen de Barcelona. Con 78 obras de maestros antiguos —Fra Angélico, Velázquez, Rubens y Tintoretto, entre otros—, ‘la otra Thyssen’ se abre en unas salas del gótico monasterio de Pedralbes, rehabilitadas discretamente por los arquitectos municipales Julia y Lopez Inigo, según un proyecto más respetuoso con el monumento que el inicial de Bofill. Los barones querían también al catalán para la Thyssen de Madrid en el palacio de Villahermosa, remodelado finalmente por Rafael Moneo, así que, después de todo, el consuegro de Isabel Preysler se ha quedado sin construir para Tita Cervera. En cualquier caso, Ricardo senior ha aprovechado la visibilidad mediática que le ha dado estos días la boda de Ricardo junior para airear en revistas del corazón y suplementos dominicales sus amistades socialistas, y reclamar el encargo de la ampliación del aeropuerto madrileño de Barajas. Desfenestrado Miguel Aguiló de la presidencia de la compañía Iberia, la cosa queda en manos del ministro Borrell; aunque todavía no hay que descartar que tenga la decencia de convocar un concurso. Bofill y Moneo construyeron los aeropuertos de las ciudades del 92, Barcelona y Sevilla; pero este último le lleva una Thyssen de ventaja, y es lógico que Bofill busque igualar el marcador.
Las salas barcelonesas se inauguran en el contexto político-económico de la negociación de los presupuestos con los nacionalistas catalanes y de las transferencias fiscales a las administraciones autonómicas, y en el contexto cultural de la inmersión lingüística que por primera vez se ensaya este ano en el sistema escolar de Cataluña. Aunque la Thyssen de Pedralbes se entienda por muchos como una especie de transferencia del 15% cultural, lo cierto es que el carácter cosmopolita de la institución se compadece mal con el endoculturalismo del que tantas veces hacen gala los reticentes socios del gobierno socialista.