No puedo fingir familiaridad con la revolución digital. De hecho, me pregunto si entiendo bien de qué estamos hablando. Pertenezco a una generación que utilizaba el lenguaje Fortran en los años sesenta, cuando para hacer correr un programa sencillo había que reservar tiempo en el ordenador, que por aquel entonces era una gran máquina que ocupaba multitud de consolas en una sala climatizada, y nuestra papelería de interfaz eran las tarjetas perforadas y los interminables fuelles de hojas listadas. Cuando estas revistas se crearon en los años ochenta, no disponíamos todavía de ordenadores de oficina, toda la producción se hacía con métodos analógicos tradicionales, y la world wide web ni siquiera existía. Ahora que el proyecto AV/Arquitectura Viva entra en su año veinticinco, catorce de ellos en la red, parece obligado usar el aniversario para reflexionar sobre unas técnicas que están modificando la arquitectura tanto como nuestras vidas.

Es redundante repetir que el diseño asistido por ordenador ha alterado la concepción de la arquitectura de la misma manera que la perspectiva lo hizo en el Renacimiento, y además debe añadirse que estas nuevas herramientas informáticas permiten construir formas de una complejidad inédita, lo que causa la natural ansiedad de aquellos educados en la sobria disciplina del tecnígrafo o el humilde ‘paralelín’, por no hablar ya del juego de escuadras y la caja de compases. Inevitablemente obsoletos, nos enfrentamos al llamado diseño paramétrico con la fascinación y la desconfianza que sentiríamos ante un animal salvaje. Los volúmenes indómitos que habitan los tableros de los concursos antes de trasladarse a las páginas abigarradas de AV Proyectos son un buen testimonio de esta proliferación incontenible de propuestas formales, mórbidas quizá como una infección vírica, y burbujeantemente especulativas como una fiebre de tulipanes.

Por su parte, el fenómeno extraordinario de la red, que de hecho ha creado la biblioteca infinita de Borges, nos concede a la vez un depósito laberíntico de conocimiento y un piélago de información trivial o entretenimiento vacuo. Didáctica o divertida, esa red digital teje nuestra existencia cotidiana y nuestra experiencia del mundo, pautando las relaciones sociales y laborales lo mismo que potencia y modifica la percepción de la arquitectura. La red transforma también la prensa, las revistas profesionales y los propios libros, toda una galaxia del papel que se halla súbitamente enfrentada con su posible extinción, y los medios se apresuran a dejar la tierra firme de la celulosa, amenazada por la subida de las aguas digitales, para intentar aprender a nadar en el océano inmaterial de la red. Esto es lo que hemos procurado con el nuevo formato de nuestra página web, y el futuro dirá si estos animales arcaicos hemos sabido sobrevivir al diluvio digital.


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