Asia solía ser el futuro: hoy es el presente del mundo. La mudanza del ciclo económico ha precipitado un sorpasso financiero que augura un liderazgo político y militar. Al comenzar 2007 eran americanos tres de los cinco mayores bancos del planeta —incluyendo el primero— y solamente uno era chino; al término del año la situación se ha invertido, con tres bancos chinos entre los cinco mayores —entre los cuales el líder— y sólo un banco americano en la quinta posición. La crisis hipotecaria estadounidense que afloró en agosto ha sido un punto de inflexión que ha provocado el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la entrada de los fondos de inversión asiáticos —desde el Golfo hasta Singapur— en los bancos occidentales, dibujando un nuevo panorama del poder económico, que se acentúa con las vigorosas adquisiciones de China en las materias primas y la energía de África y América Latina. Todo ello en el contexto del declive del dólar, el alza del petróleo y la conciencia universal de una crisis climática que se superpone a las turbulencias provocadas por la globalización demográfica e informática, el desgobierno de la superpotencia y el descrédito de la democracia frente al fundamentalismo autoritario que ha tenido en el Pakistán sacudido por al asesinato de Benazir Bhutto su escenario más amenazante.
El cambio climático provocado por el efecto invernadero que producen las emisiones de CO2 se hizo visible en el nítido retroceso de los glaciares.
El pequeño planeta de la arquitectura ha entrado en resonancia con las vibraciones del mundo al menos en dos longitudes de onda: la urbana y la simbólica. En el terreno de la construcción habitual que teje la fábrica de nuestras ciudades, el desplome de la promoción de viviendas que ha marcado el fin del boom inmobiliario y la percepción incrementada de la responsabilidad arquitectónica en el calentamiento global han generado una nueva actitud de sensibilidad ecológica, que en España se vio reforzada por el debate sobre el deterioro de las costas y el entorno de las metrópolis causado por el hiperdesarrollo y la corrupción urbanística. En el ámbito de los edificios de carácter representativo, la avidez de los dirigentes políticos por las construcciones simbólicas se mantuvo sin desmayo, desde el esperanzadamente emergente Nicolas Sarkozy —que eligió iniciar su mandato presidencial rodeado de estrellas de la arquitectura— o el renovadamente poderoso Vladimir Putin —que manifiesta el empuje de Rusia con proyectos emblemáticos en Moscú y San Petersburgo— hasta los desorbitadamente ricos emires del Golfo, el próspero autócrata Nursultan Nazarbayev de Kazajistán o los jerarcas meritocráticos del capitalismo totalitario de China, que en los Juegos Olímpicos de Pekín harán visible su auge con un espectacular conjunto de obras de autor, iniciado en este ejercicio con la inauguración de la ópera de Paul Andreu.
Tanto China como Rusia fueron escenario de obras titánicas, desde el Teatro Nacional, un elipsoide nacarado terminado por Paul Andreu en Pekín, hasta la Crystal Island, una carpa proyectada por Norman Foster en Moscú.
Por lo demás, el año que celebró el treinta aniversario del Pompidou parisino vio también a su coautor Richard Rogers recibir elpremio Pritzker en un Londres pujante, mientrasel festejo de la primera década del Guggenheim bilbaíno coincidió con la extensión de la popularidad de Frank Gehry, que apareció en la serie Los Simpson, fue mentor de Brad Pitt y diseñó joyas para Tiffany, en una ilustración elocuente del ingreso de los arquitectos en una pompa de celebridad que ha promovido la valoración artístico-mercantil de sus archivos y la venta en subasta —junto a los Rothko, los Warhol y los Bacon— de obras como la casa Kaufmann de Richard Neutra, la Farnsworth de Mies van der Rohe, la Tropicale de Jean Prouvé, la Case Study 21 de Pierre Koenig o la Wolfson Trailer de Marcel Breuer; un comercio de iconos domésticos que contrasta con la donación al National Trust de la Glass House de Philip Johnson, abierta al público este año y ya con muy extensas listas de espera para su vista en la mítica finca de New Canaan. En Nueva York, mientras tanto, el matrimonio entre los arquitectos, el dinero y la fama se manifiesta en un turbión de lujosos proyectos residenciales que convocan a toda la élite profesional, encabezados por los suizos Herzog y de Meuron —los otros grandes premiados del año, con la medalla de oro del RIBA y el japonés Praemium Imperiale—, cuyo edificio en 40 Bond suministra un contrapunto de opulencia privada a dos excelentes realizaciones en Manhattan de eminente vocación pública, el rascacielos de Renzo Piano para The New York Times y la pequeña torre de SANAA para el New Museum.
La torre de Renzo Piano para The New York Times y la de SANAA para el New Museum fueron las realizaciones del año en la ciudad de los rascacielos, dos obras de dimensión pública que promueven la regeneración urbana.
En Europa, el remolino congelado de Coop Himmelb(l)au para BMW y la materialidad lacónica del museo de Peter Zumthor en Colonia suministran los dos polos estéticos entre los que bascula el experimentalismo formal que ha tenido en Alemania un laboratorio especialmente generoso, en sintonía con la voluntad innovadora de unos Países Bajos que han visto a MVRDV, UNStudio, Jan Neutelings o Erick van Egeraat completar obras destacadas, y en contraste con un Reino Unido que ha frustrado muchas de las expectativas creadas por la designación de Londres como sede olímpica, mientras el sur del continente celebraba la culminación del Museo de la Acrópolis de Bernard Tschumi y la ampliación del Museo del Prado de Rafael Moneo; Madrid, donde Thom Mayne o FOA completaron singulares proyectos de vivienda social, fue también escenario de algunos de los concursos más notorios —desde la Ciudad de la Justicia, donde Zaha Hadid se hizo con el mayor encargo, hasta el del Palacio de Congresos junto a los cuatro rascacielos del Paseo de la Castellana, ganado por Mansilla y Tuñón poco días después de obtener el premio Mies por su MUSAC leonés— y de algunas de las polémicas más ásperas, que afectaron —tras las elecciones locales y regionales celebradas en marzo— a tramas de corrupción municipal, a la invasión de la ciudad por colosales pantallas publicitarias y al cese de Juan Navarro Baldeweg en el Teatro del Canal, un episodio de desencuentro entre políticos y arquitectos que se sumó a las tribulaciones de Santiago Calatrava en Valencia o Bilbao y a la Comisión de Investigación del Parlamento Gallego sobre la Ciudad de la Cultura de Peter Eisenman en Santiago de Compostela.
En un viejo continente donde el patrimonio es condicionante y riqueza, maestros como Zumthor o Moneo inauguraron museos en diálogo con lo existente, el de Kolumba en Colonia y la ampliación del Prado en Madrid.
Calderilla de anécdotas de un año que, en lo deportivo, vio desarrollarse la Copa América en Valencia, frente al Foredeck de un David Chipperfield que acabaría obteniendo el Premio Stirling por su Museo de Literatura en Marbach; y alimentó con la pugna Alonso/ Hamilton una pasión por la Fórmula 1 que impulsaría proyectos como la Ciudad del Motor de Alcañiz, ganada en concurso por el mismo Norman Foster que se impondría en el convocado para remodelar el Camp Nou barcelonés. Y un año que, en lo cultural, transitó con levedad por el Grand Tour artístico del verano, saludó la botadura de la Trienal de Arquitectura de Lisboa —coincidiendo con una presidencia europea que consiguió alumbrar un esperanzador tratado para la Unión—, celebró el centenario de Charles Eames a la vez que los cien años jubilosos de Oscar Niemeyer, y deploró un triste balance de desapariciones: el cine perdió a Bergman y Antonioni, la música a Rostropovich y Pavarotti, el pensamiento a Gorz y Rorty, la literatura a Mailer y Gracq, el periodismo a Umbral y Polanco, el arte a Cuixart y Palazuelo, y la arquitectura a Livio Vacchini, Colin St John Wilson, Rogelio Salmona, Oswald Mathias Ungers, Kisho Kurokawa y Ettore Sottsass. Biografías todas ellas públicas que se han cerrado ya en la Wikipedia, en un año indeciso que fue testigo de la explosión viral de las vidas privadas en ese laberinto reticular al que llamamos Facebook.
La terminación en Múnich del remolino diseñado por Coop Himmelb(l)au para BMW coincidió con los proyectos de Zaha Hadid para una sede judicial en Madrid y de Norman Foster para el estadio del Fútbol Club Barcelona.