En la era digital, la desaparición del cuerpo provoca el desvanecimiento del sexo: los androides informáticos del anuncio renuncian a la cópula para no desgastar sus organismos cibernéticos, y el arquitecto ruso propone patentar un artefacto que sustituya el encuentro carnal por el virtual. El cuerpo desnudo o vestido resulta igualmente intangible, y sin embargo es la ambigüedad de lo que la ropa oculta o niega el fundamento de la turbación que suscitan las imágenes de Le Corbusier en Cap Martin o de Bimba Bosé mostrando una colección de David Delfín: el maestro desvestido entre el umbral y el mural, o la modelo vestida con sólo una cinta y un tatuaje remiten a la ropa en la retina con el mismo guiño de complicidad que las hemiprendas de Arkadius. Dejando atrás la inocencia adánica que hacía de las casas transparentes de Neutra escenarios de moda y emblemas nudistas, hoy la desnudez es mero reclamo publicitario. El amputado de Sierra Leona en el anuncio de Benetton o la falsa tenista de Sports Illustrated apocopan en sus prótesis la mutilación del cuerpo en el conflicto ritual: la cuchara habilita el muñón de la víctima tribal como la raqueta arma la mano del icono sexual, y estos Adán y Eva de una humanidad escindida se reconcilian en el ámbito narcótico de los medios...[+]