La arquitectura española se encuentra en un estado de transición, sin que ninguna tendencia clara domine el panorama. Algunos movimientos como el minimalismo suizo o la vanguardia post-pop tuvieron su momento, pero hoy tienen poco que contarnos. Cuestiones como el subjetivismo posfuncionalista o la influencia desmaterializadora de los medios digitales han sido completamente asimiladas. Respecto a la tan anunciada nueva generación, la gran mayoría de sus miembros se sitúan dentro de un correcto profesionalismo, mientras que el grupo de los más radicales ha pasado de la teoría y el grafismo exaltados al duro y escueto lenguaje de la construcción, en una transición en la que el polémico empuje de sus posiciones previas se ha ido diluyendo y viéndose incluso superado, dejándoles en un campo de acción nuevo y potencialmente prometedor, que se resiste a ser clasificado. Tal es el caso del espléndido estadio de Baracaldo, obra de Eduardo Arroyo. La situación general ha vuelto a lo que un crítico, muy a su pesar, sólo puede describir como ‘panorama ecléctico’ según la expresión acuñada en 1986 por Ignasi de Solà-Morales en una exposición sobre la arquitectura española en la Urban League neoyorquina. Sin embargo, bajo la superficie de esta plácida confusión, las placas tectónicas avisan movimientos y acumulan tensión, preparadas para un cataclismo. ¿Se trata de un momento decisivo de cambio y renovación? En el ambiente se aprecia este potencial de cambio, que probablemente se encuentre ya en marcha; sólo queda esperar a ver si alguno de los grupos emerge con el suficiente coraje, visión, talento y autoridad para provocar un impacto decisivo en el curso de los acontecimientos... [+]