Muerte de un coloso

El Titanic de Manhattan

David Cohn 
31/10/2001


Como arquetipo del rascacielos norteamericano contemporáneo, el World Trade Center era fruto de dos principios opuestos, pero mutuamente dependientes: por un lado, un frugal pragmatismo protestante, para el que la consecución del máximo beneficio es el único valor; y por otro, un espíritu de competencia disparatada que provoca proezas de una desmesura temeraria (es decir, los mismos impulsos opuestos que constituyen el motor de la expansión económica capitalista en general). Podría decirse que las torres fueron fruto de la colisión entre la ética protestante del trabajo formulada por MaxWeber y el «ostentoso consumo de las clases ociosas» enunciado por Thorstein Veblen; pero, en este caso, el libertinaje material del siglo XIX descrito por Veblen quedó sublimado por el ‘colosalismo’ de la escala y los números, saciando así la atormentada conciencia puritana de los especuladores. Los promotores del World Trade Center podían jactarse, por ejemplo, de que el consumo eléctrico diario era igual al de la ciudad de Albany [capital del estado de Nueva York], que tiene una población de 100.000 habitantes; sin embargo, en las instalaciones originales sólo había cuatro interruptores de luz por cada 3.700 metros cuadrados de superficie... [+]


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