Opinión 

Menosprecio del mérito

Luis Fernández-Galiano 
24/02/2021


Atlantic College en los años 1960 y en la actualidad

El menoscabo actual de la meritocracia pone en cuestión el propio mérito. Hasta hace bien poco, el rechazo de la tecnocracia censuraba el carácter unidimensional de sus políticas, pero no cuestionaba la técnica misma; hoy, la crítica de la meritocracia no se opone sólo a una élite ensimismada, sino a The Tyranny of Merit, como ha titulado el filósofo Michael Sandel el más influyente libro sobre el tema. Frente a una estructura social que se reproducía esencialmente mediante la herencia, la igualdad de oportunidades ofrecía la promesa del éxito basado en el talento y el esfuerzo, de manera que el mérito fuera el principal motor de la movilidad social. Sin embargo, el atasco del ascensor social y el incremento de la desigualdad interior en los países prósperos han propiciado la crítica de la que se percibe como ‘casta meritocrática’, y no sólo por los vicios distorsionados del sistema de acceso, cuanto por el sistema mismo, en su valoración prioritaria de la inteligencia y las credenciales académicas.

La hiperglobalización de las últimas décadas ha desdibujado la oposición entre derecha e izquierda para enfrentar a ganadores cosmopolitas abiertos a la competencia con perdedores identitarios y proteccionistas, creando un caldo de cultivo de frustración y resentimiento que ha alimentado el auge de populismos de diverso signo ideológico, pero unidos todos por el rechazo de las élites. Estas, que juzgan su posición de privilegio justificada por el mérito, rehúsan reconocer cuántos de sus logros deben atribuirse al azar de la diversa distribución del talento y a la ventaja de partida ofrecida por la educación de excelencia que la mayor parte ha disfrutado. Los críticos de la meritocracia, por el contrario, argumentan que la lotería genética y familiar no debe otorgar recompensas económicas, defienden la dignidad de todo tipo de trabajos y juzgan esencial recuperar el sentido de comunidad frente al protagonismo exclusivo de estados y mercados, y el bien común frente a la fragmentación divisiva de las poblaciones.

La polarización política, que tiene origen último en la canonización del éxito y la estigmatización del fracaso, socava la solidaridad y la confianza, porque los triunfadores creen deberlo todo a su mérito personal. En palabras de Sandel, «vemos el éxito como los puritanos veían la salvación: no como un producto de la suerte o de la gracia, sino como algo que nos ganamos con nuestro propio esfuerzo y afán». El catedrático de Harvard, en su cruzada contra la meritocracia, sigue las huellas del sociólogo laborista Michael Young, que en 1958 acuñó el término con The Rise of Meritocracy, donde se argumentaba que la igualdad de oportunidades, aunque permita competir a gentes de diversa extracción social, promueve la discordia al enfrentar a vencedores soberbios con perdedores humillados. Esa contestación del mérito se propone hoy como una alternativa tanto al utilitarismo como al ‘velo de la ignorancia’ de John Rawls: una nueva teoría de la justicia que desafía la justicia teórica del mérito.  

El País: La meritocracia es una trampa



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