Querido David:
Me preguntabas qué deberíamos hacer los arquitectos frente al inminente desastre medioambiental. Frente a la desigualdad social, la pobreza y la degradación de los recursos del planeta. Frente a la pandemia, que nos ha situado en un escenario casi surrealista que todavía no entendemos. Problemas que están gestionado los líderes políticos con un cinismo y un proceder que supera, por absurdo, al de los hermanos Marx.
Querido David, la respuesta es: nada.
¿O conoces algún momento de la historia de la arquitectura en el que un arquitecto haya contribuido decisivamente a la sociedad? Los arquitectos siempre han buscado la compañía de los poderosos. Construían palacios, templos, estadios, ciudades enteras; casi siempre de acuerdo con el espíritu de su tiempo, rara vez como expresión de renovación y cambio.
¿Puede la arquitectura cambiar realmente algo? ¿O anticipar algo? Por ejemplo, ¿en el mundo del arte? Creo que la Sala de Turbinas de la Tate Modern fue innovadora: no sólo logró acoger un público diferente, sino también un tipo de producción y exposición que trascendía los formatos tradicionales. Los artistas podían así idear universos totalmente inmersivos; no sólo imaginar, sino materializar universos enteros de su propia invención. La arquitectura les había dado el soporte y los parámetros para hacerlo. Fue una operación audaz, porque nadie sabía si funcionaría o si los artistas querrían hacer uso del espacio. En cierto modo, fue una respuesta a lo que la gente se preguntaba entonces: ¿qué viene a continuación? Al menos respecto al arte, la Sala de Turbinas contestó a este interrogante mostrando el potencial de una experiencia museística sin precedentes...[+]