Opinión  Sociología y economía 

Terror sin teoría

Ante la ‘ciudad indiferente’

Jacques Herzog 
31/08/2003


En un determinado momento se dio por hecho: la historia había terminado. La realidad era una ilusión, una ficción, un simulacro. Las ciudades podían intercambiarse, pues no eran más que el anodino telón de fondo para la única actividad pública que había sobrevivido: ir de compras. Creíamos que la virtualización y la simulación acabaría con el alma de las ciudades, vaciándolas en una especie de profanación de tumbas. Fin de la historia. Empezaba la vida eterna. ¿Qué ha ocurrido en realidad? Un retorno de la naturaleza. Y del terrorismo. La historia ha superando su extinción y ya no se puede controlar. La realidad ha vuelto a ser real de nuevo. Real y finita.

El terrorismo no es una ilusión, no es un simulacro. Ocasiona impactos muy reales sobre las ciudades y sus habitantes. Los daños físicos pueden repararse, pero los contraataques se suceden. Se intenta combatir la fuente de los ataques ‘homeopáticamente’, es decir, con los mismos medios. De pronto el terrorismo está omnipresente, en las calles y como preocupación de la ciudadanía. La belleza vulnerable de las ciudades americanas parece más radiante y seductora que nunca, pues han adquirido el aspecto venerable de los supervivientes. La ciudad americana, un modelo urbano de una época ya pasada.

El 27 de septiembre de 2003 —al igual que había sucedido en Nueva York y en casi toda la Costa Este el 15 de agosto—, gran parte de Italia sufrió un apagón. Roma vivió una notte nera en la que iba a ser precisamente una notte bianca de museos iluminados. La naturaleza, en toda su sublime inclemencia, reapareció de la noche a la mañana como una fuerza amenazante para una población que creía tenerla bajo control.

Las urbes siempre han estado sujetas a peligros inherentes y consustanciales: asedios, conflagraciones, hambrunas, expolios, plagas, terremotos, bombardeos, inundaciones, delincuencia, desempleo, apagones, maias... Fenómenos amenazadores que dolorosa e inexorablemente enfrentan a las ciudades con su propia vulnerabilidad y transitoriedad.

Ninguna ciudad, en ninguna época, ha podido desvincularse de su contexto real, simbólico y cultural para reinventarse a sí misma. Ni siquiera después de una catástrofe física y radical. Antes al contrario, la reconstrucción de las ciudades alemanas después de la II Guerra Mundial ilustra acertadamente cómo la imagen (ideal) que las ciudades tenían de sí mismas variaba mucho de una a otra, lo que condujo a muy diversos escenarios de reconstrucción. Diferencias mayores de las que las habían caracterizado durante los siglos anteriores a los bombardeos que las redujeron todas a escombros.

Frankfurt y Múnich, por ejemplo. La primera es una ciudad de burgueses, la segunda, principesca. El Frankfurt de posguerra eligió la tabula rasa y optó por un perfil vertical; Múnich, en cambio, permaneció fiel a su imagen cortesana y se decantó por la reconstrucción historicista. Frankfurt versus Múnich: expresiones de una diferencia cultural y cultivada. Se diría que las bombas despertaron en ambas un carácter urbano específico que hasta entonces sólo estaba latente.

¿Y qué decir de Rotterdam, Beirut o Jerusalén? Cada ciudad cultiva e interioriza sus propios mecanismos de defensa frente a las amenazas reales o imaginadas que ha ido acumulando a lo largo del tiempo. Según Baudrillard: a falta de una catástrofe real, se recurre al simulacro para inducir catástrofes iguales o mayores.


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