En un entorno heterogéneo con arquitectura, usos y tamaños muy diversos se integra este conjunto residencial en Sevilla, buscando generar continuidad morfológica entre la nueva construcción y las edificaciones y espacios públicos colindantes.

El edificio está materializado con una piel continúa de ladrillo cara vista de color blanco, con piezas dispuestas a doble tizón. El proyecto responde a las exigencias urbanísticas intentando distorsionar el esquema normativo de manzana cerrada, mediante un sistema de terrazas voladas (salones), entrelazadas en las esquinas. La fachada de la parte más baja del edificio presenta huecos con celosías correderas (dormitorios), que acentúan la imagen seriada del conjunto. Once portales con dos viviendas por planta rodean un patio interior. Una geometría clara y racional rige toda la distribución de estancias, estructura, modulación de fachada, etc.