A finales del siglo XIX, el municipio de Callús experimentó un florecimiento de la industria textil a lo largo del Cardener, lo que trasladó a la ribera del río el foco de actividad de esta población barcelonesa. Como consecuencia, tanto el pequeño castillo de Godmar como la parroquia de Sant Sadurní sufrieron un progresivo proceso de abandono: del primero hoy sólo se conservan los restos de una torre de planta circular, mientras que el segundo, que había sido reconstruido en el año 1800 sobre una antigua edificación románica, llegó a emplearse como prisión en la Guerra Civil, y posteriormente como granja porcina durante décadas. La intervención que se ha llevado a cabo comprende la rehabilitación y transformación de la iglesia, declarada Bien Cultural de Interés Nacional, en un espacio de gestión privada para celebraciones y eventos.

A lo largo de los años, a la construcción original se habían añadido distintos bloques auxiliares que enmascaraban la fachada románica. El proyecto se inicia con el desmonte de estos elementos secundarios para trazar un esquema de conjunto rotundo. Por otro lado, se vacía el edificio de la rectoría, ya obsoleto, manteniendo únicamente sus muros exteriores y configurando un patio descubierto. Con esta operación se consigue la superficie edificable necesaria para levantar un nuevo bloque, que se articula en torno al patio central, concebido ahora como el núcleo de la composición.

Este volumen se divide en dos secciones diferenciadas formal y programáticamente. La primera alberga una sala cuya distribución abierta posibilita una gran variedad de usos. La envolvente se ejecuta con perfiles laminados en forma de V, cuya disposición conforma una piel permeable que cambia según el punto de vista del observador. Además, el espaciado entre los componentes es mayor en los extremos, lo que permite la entrada de luz y aire, y contribuye a reducir el impacto visual del pabellón. Los perfiles tienen una función estructural, y se prolongan en la cara oeste para definir un porche abierto hacia el paisaje. La segunda parte, que incluye las zonas de servicio y tiene un nivel subterráneo adicional, se reviste por el contrario con tablas de madera. Ambos cerramientos, realizados con materiales ligeros que contrastan con la solidez pétrea de la iglesia, permiten una lectura autónoma de la intervención respecto de lo existente y dotan a cada recinto de identidad propia.

La propuesta incorpora además diferentes estrategias de diseño bioclimático, por lo que se han estudiado cuidadosamente los sistemas de ventilación natural y la protección contra el soleamiento, y cuenta con una reserva para almacenar agua de lluvia.