La Escuela de Medicina de la Universidad Católica de Chile se encuentra al norte del núcleo urbano de Santiago. Esta localización, bastante céntrica, ofrece un contexto más denso del que suele ser común para este tipo de dotaciones educativas, imponiendo para el proyecto un desarrollo en altura de tres plantas bajo rasante y siete en altura. Teniendo en cuenta que el uso de las plantas elevadas por parte de los estudiantes siempre es difícil de resolver, se anima el nivel superior con un gran lucernario que introduce luz y que organiza el uso del espacio a su alrededor, como un gran claustro vertical.

La pieza toma así la forma de una pastilla estrecha que se inserta entre las construcciones preexistentes, creando dos grandes patios. Las orientaciones opuestas hacia cada patio, así como el carácter diferente de éstos, deriva en el uso de fachadas radicalmente distintas. Hacia el sur, las estancias se abren con vidrio semirreflectante de forjado a forjado, sobre el que destaca un voladizo que marca la entrada al edificio. Hacia el norte, se crea una doble fachada con una capa exterior masiva de grandes pilastras de ladrillo, y otra piel retranqueada, también de vidrio; el desfase entre ambas arroja sombra para protegerse de la fuerte radiación solar del norte, y se emplea para introducir pasillos hacia las aulas abiertos al exterior.