A unos treinta kilómetros al sur de Fukoaka—el principal núcleo urbano de la isla japonesa de Kyushu— se encuentra el parque nacional de Genkai, un terreno profusamente arbolado de topografía abrupta que se extiende entre las montañas y el océano. En el entorno inmediato de esta reserva natural y en un solar de gran pendiente, una escultora decidió levantar su casa: un refugio mínimo con una galería que mostrará al público su obra y la de otros artistas. Sin apenas interferir con el terreno, la casa trepa de puntillas por la ladera, apoyándose en cinco pilares cilíndricos dispuestos irregularmente para evitar alterar las rocas de gran volumen que emergen del suelo.

Cinco prismas albergan las distintas partes de un programa poco habitual formado por la vivienda y taller de la escultora —un pequeño reducto en la parte inferior de la ladera para trabajar, dormir y cocinar— un almacén, una galería abierta al público y un dormitorio donde los artistas visitantes pueden residir mientras montan su exposición. Desde la zona dedicada a aparcamiento, situada en la parte alta de la parcela, los visitantes ascienden por una escalera de chapa hasta la cubierta del prisma de mayor tamaño, formando una suerte de mirador sobre el tapiz de arrozales que cubre el valle. Enmarcando las vistas, dos cajones emergen de esta azotea. El primero reúne en un sólo cuerpo una vitrina para esculturas y un lucernario que se puede cerrar desde el interior a voluntad mediante una pieza de paneles batientes inspirada en un instrumento musical japonés. El otro cuerpo que sobresale de la terraza esconde entre dos muros paralelos la escalera que desciende hasta la galería. Bajo la sala de exposición y en contacto más estrecho con el terreno, dos prismas adicionales rematan esta composición de piezas sueltas, con espacios que albergan respectivamente la vivienda-estudio de la escultora y un pequeño almacén.

Construida con materiales corrientes en el contexto japonés, la casa apoya su volumetría abstracta en una envolvente de piezas de fibrocemento pintadas de blanco que confieren nitidez a sus aristas. Un plano de malla metálica actúa de quitamiedos en el frente de acceso, mientras en la fachada opuesta, unas planchas de policarbonato translúcido cierran el gran hueco que ilumina la galería de exposición, desdibujando los contornos del paisaje circundante. Un pavimento de tarima machihembrada de cedro —también pintado de blanco— reviste el plano del suelo, que se inclina parcialmente para sugerir un itinerario a la visita de la exposición y recordar en el interior la pendiente del terreno...[+]