El caserío de Olot, como el de buena parte de las ciudades históricas de Cataluña, está distribuido en solares de origen gótico, muy estrechos y profundos, cuya parte posterior suele abrirse a un patio. Tal ocurre en esta casa, cuya fachada está catalogada, y que ha surgido de vaciar el interior para dejar de la estructura original sólo los muros y la cubierta de madera. El espacio así conseguido, continuo y delimitado por la textura rugosa de las medianeras, se ha colonizado con tres plataformas dispuestas a diferentes alturas, donde se sitúan con libertad las distintas partes del programa doméstico. Tensionada en su corte longitudinal por un gran ventanal que enmarca las vistas hacia el exterior —bañando la atmósfera de la casa con una luz delicada—, la sección se activa con relaciones visuales siempre cambiantes, que dependen de la posición de los distintos observadores en las plataformas. Un pabellón semienterrado, dispuesto al otro lado del jardín, cierra este mundo doméstico que, sin embargo, está abierto al aire y al cielo.