Situada en un valle de singular belleza en el corazón de los Ancares lucenses, esta casa emerge sobre preexistencias rurales: un palleiro (pajar) junto a una eira (era). Del primero se han aprovechado sus gruesos muros de mampostería, sobre los cuales se ha levantado un esbelta estructura de madera.

La tectónica que mantiene lo pesado abajo y encima dispone lo ligero explica también la distribución del programa de la casa. Los dormitorios se sitúan en el zócalo más abrigado, mientras que la sala de estar y la cocina lo hacen en la planta alta, de acuerdo a una secuencia en espiral a la que se accede desde un punto intermedio. Por su parte, el espacio continuo de la planta superior se fragmenta merced a dos cambios de altura, con los cuales se pretende hacer compatible la intimidad con la apertura al paisaje a través de un gran ventanal.

Constructivamente, la casa es una interpetación de los viejos tipos edificatorios —abstrayendo su lenguaje—, y de las técnicas locales, actualizadas con medios contemporáneos. Su estructura de madera se apoya sobre un plinto de mampostería, y está formada por una serie de pórticos dispuestos regularmente, con pequeñas variaciones que se adaptan al ritmo de la traza de los muros. Concebida al modo de un entramado ligero tipo balloon frame, esta estructura se aligera al máximo gracias al uso de montantes, vigas y refuerzos de madera laminada, así como de paneles de doble contrachapado de 20 milímetros de espesor, que trabajan como diafragmas de rigidización. En las cubiertas inclinadas se han reutilizado las lajas irregulares de pizarra del viejo palleiro, clavadas sobre las latas de madera al modo tradicional; como revestimiento exterior se han empleado tablillas de castaño autóctono.