"Una casa a tracción dentro de otra a compresión". Así se define la intervención en una vieja casa de labranza en una pequeña aldea coruñesa dentro del municipio de Mazaricos a los pies del monte Pindo, el llamado ‘Olimpo celta’; una formación de la que procede el granito empleado en las construcciones de la zona y cuyas pétreas figuras antropomorfas han avivado la imaginación de los lugareños desde antiguo.

La preexistencia, una antigua cuadra transformada en vivienda, cuenta con unos muros de mampostería —de entre setenta y ochenta centímetros de espesor— en los que se han horadado mechinales para dar sustento a una serie de forjados de tablones de madera, empotrados a la fábrica sobre unos durmiente metálicos y fijados a compresión mediante cuñas de madera. Con luces de hasta 5,20 metros, los planos horizontales se componen de tablones sin encolar ni machihembrar cuya estabilidad se ha hecho depender de cinchas de camión que los amarran solidariamente y quedan fijadas a los paramentos mediante anclajes de acero que hacen que el conjunto trabaje a tracción. Se generan así varios niveles a distintas alturas donde se entrecruzan las miradas; una topografía rústica y sin alardes como la humilde casa campesina que la contiene.