La universidad de Vigo ofrece a sus alumnos la posibilidad de estudiar en tres sedes gallegas: Pontevedra, Orense y Vigo. En esta última ciudad, las distintas facultades ocupan un territorio verde y ondulado en el entorno del monte Marcosende, que da nombre al campus, y al sur del núcleo urbano. En un área delimitada por las laderas de dos colinas entre las que se abre el valle del Lagares, las condiciones naturales se muestran idóneas para la concentración, el silencio y la intensidad de trabajo que los alumnos precisan. Si bien en 1999 existían ya algunas edificaciones aisladas en este campus, el encargo recibido ese mismo año comprendía la reordenación del sitio y la construc-ción de nuevas instalaciones, tanto docentes como auxiliares: un edificio de aulas con servicios ane-jos, un teatro, locales comerciales, un restaurante y un polideportivo.

Con el objetivo de transformar el lugar en un paisaje construido, la propuesta presta particular atención a la configuración de los espacios abiertos; se crean colinas artificiales, senderos y recorridos, así como manchas de vegetación tupida. La entrada al conjunto se establece en el extremo oriental del recinto, donde se situaban ya algunas instalaciones deportivas. Delimitada por el lago, esta zona relativamente llana se transforma en un bosque por donde discurre la suave curva de la calle de entrada. El recorrido que aquí se inicia vincula las edifi-caciones existentes con las nuevas, uniendo además las estancias exteriores con los espacios cubiertos por medio de dos niveles: el inferior, que da acceso posterior a la Biblioteca y a la Facultad de Economía, amortigua la diferencia de cota entre sus respectivas fachadas con pendientes verdes y gradas pavimentadas; el superior, dos metros por encima, conecta en su punto intermedio con el espacio más significativo: una plaza pavimentada a caballo entre la ladera y el paisaje lejano.

Contra el terreno se sitúan los locales comerciales —cubiertos por dos estructuras de madera y cemento desvinculadas del muro de contención— y el edificio de cines, algo más alejado. En el lado más expuesto de la plaza se alinean los cinco blo-ques del aulario. Las clases se transforman en miradores desde los que disfrutar del paisaje: los pilares inclinados de hormigón sobre los que apoyan filtran el verde lejano y lo trasladan hasta la plaza. Hacia el oeste, el conjunto culmina con las dos torres de rectorado, que vinculan en una terraza los dos niveles del paseo. Una densidad casi urbana redefine así el nuevo paisaje universitario.