Parece que en las escarpadas laderas de los Andes nunca ocurre nada y que la cordillera no significa en la memoria colectiva chilena más que una frontera política o el locus poético de Mistral, Neruda y Parra. Los latientes pueblos de montaña han ido cayendo en el olvido, y ante ello reacciona una sensible propuesta que busca poner en valor unas pozas termales donde los arrieros podían antaño hacer un alto en su camino a Argentina. Su progresivo deterioro, agravado por la acción de los sismos, se ha frenado con tres intervenciones mínimas que invitan a redescubrir el patrimonio natural e histórico del lugar.

A través de una serie de peldaños de hormigón armado y el tratamiento del suelo —aprovechando la riqueza mineral del terreno para crear una costra salina que permite el paso firme—, las piscinas superiores se conectan con el lecho del río en un recorrido descendente que acompaña al curso del agua por dos vigas-canalón. Entre los muros de una construcción próxima se dispone una plataforma de madera que establece un punto complementario de descanso y contemplación del valle andino.

Fotografía de Pía Montero.

Imagen: Hugo Bravo