En algunas ocasiones se hace complicado describir el sentido de una obra arquitectónica, especialmente cuando ésta no surge como unidad, sino como una suma de intervenciones con diferentes escalas y funciones. Éste es el caso de la actuación en el área del antiguo Mercado Barceló en Madrid que comprende espacios públicos, edificios e instalaciones temporales formando parte de un mismo conjunto. Su denominación múltiple —mercado/polideportivo/biblioteca— anuncia ya un protagonismo colectivo y revela la condición social del programa. Una de las misiones que el proyecto se impone es la transformación de los modelos conocidos, proponiendo una hibridación de los tipos tradicionales: un mercado compacto sobre el que se eleva un pabellón deportivo enmarcando la ciudad y frente al que se ubica una biblioteca volada por encima del patio de un colegio. Se asume así la coexistencia de tres concepciones simultáneas (contenedor, marco, puente) que responden a distintas variantes estructurales (pórtico, voladizo, viga) y generan a su vez diferentes espacios cívicos alrededor: una calle cubierta, una plaza longitudinal, una terraza elevada. En esta matriz combinatoria, equilibrio de necesidades funcionales, sistemas estructurales y espacios urbanos radica la condición densa e híbrida que caracteriza la actuación.

En el límite entre el centro antiguo de Madrid y su posterior ensanche, rodeado de edificaciones históricas y construcciones contemporáneas, calles estrechas, plazas y ensanchamientos, el mercado —núcleo y origen de toda la operación— se expresa como un cuerpo autónomo, situado en la confluencia de las calles Mejía Lequerica y Beneficencia. Separado por una estrecha calle-galería interior de acusada proporción vertical, el pabellón polideportivo se asoma en voladizo por encima del mercado, cuya cubierta es en realidad una gran terraza pública elevada desde la que se divisan los tejados de Madrid. La biblioteca, situada al otro lado de una nueva plaza longitudinal, sobrevuela el patio del colegio al que se adosa para formar un conjunto relacionado formalmente con los otros edificios. La definición geométrica y la expresión material de sus cerramientos anuncian que —pese a sus diferentes usos— las nuevas edificaciones pertenecen a un mismo tiempo y lugar. Una piel formada por piezas de vidrio moldeado de grandes dimensiones —blanco y opalino— unifica su apariencia exterior transmitiendo ligereza y unidad al conjunto. El tratamiento de las plazas de Santa Bárbara y Barceló, así como de las calles adyacentes inducirán al ciudadano a percibir la afinidad entre las intervenciones que han tenido lugar en el entorno, conformando un inesperado puzle en el que cada elemento distinto acaba cobrando sentido sólo cuando todos ellos han sido ubicados en su lugar preciso.

Durante el periodo de ejecución de las obras se hacía necesaria la construcción de un mercado temporal que estuviera en funcionamiento hasta la terminación de las nuevas instalaciones. El edificio, de carácter ligero y reciclable, se concibe como puro ejercicio combinatorio: una única planta pentagonal desarrollada en dos tamaños diferentes genera un conjunto aparentemente aleatorio —pero en realidad simple y racional— a partir de las variaciones y combinaciones de un mismo elemento. Una vez finalicen las obras del edificio definitivo, los pabellones del mercado temporal serán desmontados y podrán ser instalados en algún otro lugar de la ciudad, de modo que la plaza donde ahora se asientan retornará a su uso primitivo, como espacio público que pasará a formar parte de la transformación llevada a cabo en esta densa zona del centro de Madrid.