En la localidad de Ripoll (Gerona) una envolvente de acero cortén ha transformado un solar vacío entre medianeras, surgido de la demolición de un antiguo teatro, en un nuevo equipamiento público que funciona como plaza, puente y puerta hacia el casco antiguo. Situada en el encuentro de los ríos Ter y Freser, esta población de tradición metalúrgica creció con la vitalidad industrial de los siglos xix y xx y se proveyó de diversos equipamientos culturales como el antiguo Teatro La Lira. La demolición del teatro abrió un sugerente hueco en la densa trama urbana del casco antiguo, delimitado por el río Ter en el frente este y una estrecha calle medieval en su lindero occidental. La anisotropía del lugar y su posición estratégica sobre el río inspiraron a los arquitectos para encerrar el espacio en una trama de acero cortén que restituye su valor público como plaza y que abre un nuevo acceso peatonal al centro de Ripoll.

La nueva plaza evoca su pasado como teatro mediante una configuración escénica que quiere atraer la vida pública y ser un nuevo punto de encuentro y de conexión, mientras que por su materialidad hace referencia a la tradición metalúrgica del lugar. El acero cortén se extiende como pavimento, costados medianeros, cubierta y pasarela para configurar un vacío pasante que comunica la calle del casco histórico con el paseo arbolado de la ribera opuesta del río. Bajo este espacio, un volumen subterráneo accesible por el lateral norte ofrece una sala polivante de 487 metros cuadrados que se abre sobre el Ter con un frente de vidrio verdoso, en contraste con la mampostería del muro que cierra el cauce del río. También acristalada, se encuentra a nivel de la plaza una cafetería que cierra el frente sur.

Mientras el uso de un único material otorga continuidad a la operación urbana, la riqueza de matices y densidades del mismo le confiere una gran adaptabilidad y genera un lenguaje estético particular. Como cubierta, el acero es una trama que tamiza la luz y genera un umbráculo para el disfrute ciudadano. Como pavimento, da también estructura a la esbelta pasarela, que, con 44 metros de luz, se posa suavemente sobre las dos orillas. Y, por último, como cerramiento de las medianerías se separa de las paredes colindantes con una celosía menos densa de bandas verticales que se dejará colonizar por la hiedra y los destellos de luz.

El control de la luz toma una especial importancia en esta obra, ya que funciona como elemento que coloniza el vacío entre la compacta densidad de la trama urbana y que pauta los ritmos de paso y estancia que conviven en este espacio.