Vivienda después de Covid-19

Máximo existencial

30/06/2020


Edificio en plaza de la Hoja, Bogotá

En la década de 1920, los vanguardistas modernos congregados en el CIAM acuñaron un término para referirse a las necesidades básicas de la casa: el Existenzminimum, el ‘mínimo existencial’. Aunque, en un primer momento, el término tuviera poca fortuna, llegó a convertirse casi en un dogma durante la reconstrucción de las ciudades europeas tras la II Guerra Mundial. Un dogma que, en paralelo, se fue apuntalando por la creciente especulación con el suelo edificable, de manera que vivir en la ciudad —sobre todo en el centro de la ciudad— acabó implicando para la mayoría vivir en un ‘mínimo existencial’. Algunos lectores recordarán que la ministra española del ramo abogó, antes de la crisis de 2008, por permitir la construcción de ‘minipisos’ de 35 metros cuadrados.

La crisis la de la covid-19 ha puesto de manifiesto las carencias, por otro lado previsibles, de la vivienda mínima. En primer lugar, la evidente falta de espacio, con la que se puede aprender a vivir cuando se entra y sale de la casa pero que resulta insufrible durante los confinamientos. En segundo lugar, la imposibilidad de disfrutar aquellos dos valores fundamentales que defendieron los arquitectos higienistas, el aire y la luz, máxime cuando la especulación —y los gustos de los clientes— han priorizado la construcción de miradores cerrados frente a las terrazas de antaño, por pequeñas que fueran. En tercer lugar, las dificultades para relacionarse, que se dan cuando se prohíbe salir a la calle —nuestra ágora de sociabilidad— y también cuando los inmuebles carecen de espacios colectivos que puedan funcionar como una válvula de escape durante las cuarentenas. Finalmente, la inadecuación de los modelos de viviendas tradicionales al teletrabajo, que —sobre todo en las casas con niños— exige unos recintos razonablemente aislados, lo cual quiebra en parte una de las soluciones que se ha venido dando al problema de la falta de espacio: la flexibilidad funcional.

El aumento del tamaño de las casas, la apertura al exterior, la existencia de espacios colectivos y la adecuación de la distribución interior a las nuevas necesidades son aspectos que —siempre y cuando la vacuna y los antibióticos no mejoren la situación— deberán tenerse en cuenta en los previsibles futuros epidémicos. En este sentido, son interesantes las lecciones que pueden sacarse de los tres ejemplos de vivienda colectiva seleccionadas en estas páginas —todos ellos en la provincia de Barcelona—, que de un modo u otro implican mejoras notables en algunos de los aspectos señalados: el primero, un conjunto de viviendas protegidas construidas por Estudios Herreros y MIM-A, que resulta compacto sin renunciar a los espacios de relación; el segundo, un bloque surgido de la iniciativa vecinal, de Lacol Arquitectura, que opta por un modelo cooperativo; y el tercera, un pequeño inmueble de Lussi y Domènech, que da respuesta a las necesidades de los mayores.

Sou Fujimoto, Torre residencial L’Arbre Blanc, Montpellier (Francia)


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