Un urbanismo más inclusivo
La nueva crisis urbana
La nueva crisis urbana ha alcanzado un punto de inflexión. La forma en que le hagamos frente hará que nuestros barrios, ciudades y países entren en una nueva era de prosperidad sostenible e inclusiva, o bien sean víctimas de las crecientes desigualdades y divisiones.
Hay algo seguro, en cualquier caso: si no hacemos nada, la crisis urbana no hará más que profundizar. Nuestras poderosas ciudades y centros tecnológicos se volverán tan caros que pasarán a ser comunidades cerradas, sólo para privilegiados; la chispa de innovación y creatividad a ellas asociadas se apagará; y cada ven será más difícil pagar la mano de obra necesaria para mantener en funcionamiento su economía. Las ciudades industriales más desfasadas tendrán menos posibilidades de reconvertirse, mientras que las ciudades más florecientes seguirán engañándose a sí mismas sobre la idea de que la expansión es sinónimo de desarrollo. Nuestros barrios se harán más pobres y más desiguales. Desaparecerán muchos barrios de clase media, y los países se dividirán —aún más— en enclaves amurallados que contendrán las zonas más ricas, por un lado, y, por el otro, áreas en decadencia cada vez más grandes. Los pobres y los desfavorecidos quedarán atrapados en zonas en las que no dejará de crecer la angustia social y económica. Las ciudades del mundo en rápido crecimiento experimentarán un proceso aún mayor de urbanización, sin que esto suponga desarrollo, y más de mil millones de nuevos urbanitas serán fagocitados por barrios marginales donde campeará a sus anchas la pobreza crónica.
No enmendaremos el rumbo torcido de la economía, ni estimularemos la innovación, ni crearemos las oportunidades que necesitamos, ni superaremos las crecientes brechas económicas, a menos que sepamos enfrentarnos a la Nueva Crisis Urbana, la gran crisis de nuestro tiempo.
Creo que podemos hacer frente a esta crisis por una razón fundamental: a pesar de la reacción violenta que supuso la llegada de Trump, las ciudades de un país siguen siendo la mejor herramienta para identificar y resolver nuestros problemas. El renacimiento urbano que ha provocado estos desafíos hace también que sea mucho más difícil camuflarlos bajo la verborrea. Durante la mayor parte del siglo XX, los ricos pudieron aislarse en barrios impolutos, y viajar en coches con aire acondicionado para llegar a sus rascacielos de oficinas. Hoy, todas las disfunciones urbanas están a la vista: incluso aunque partes de algunas ciudades puedan estar en manos de gente rica y educada, esas ciudades no dejarán por ello de ser diversas. Los alcaldes y todos los que tienen alguna responsabilidad se ven obligados a hacer frente a los conflictos económicos y sociales que acarrea el vivir en una ciudad.
En resumen, el único camino que podemos seguir a la hora de resolver nuestros problemas debe ser el urbanismo. El hecho de que el ser humano se haya agrupado en ciudades ha impulsado siempre el progreso. Ahora más que nunca, la lógica urbana puede ayudarnos. Sin embargo, la historia no siempre progresa de una manera lineal: se producen largos procesos de retroceso entre la aparición de un nuevo orden económico y el establecimiento de instituciones que ayuden a llevar sus beneficios a segmentos más amplios de la población. Nuestra última gran edad de oro —el surgimiento de la gran clase media— fue la culminación del esfuerzo de todo un siglo, desde el surgimiento del capitalismo industrial. A la postre, el camino hacia el nuevo progreso económico se centrará en nuestras ciudades y en la emergencia de un urbanismo mejor y más inclusivo.
Tal urbanismo es posible, pero no se creará solo. ¿Preferiremos aceptar las contradicciones de la situación actual, o bien optar por un urbanismo más completo y justo para todos? Responder a esta pregunta es el gran tema —y la gran lucha— de nuestro tiempo.