Opinión 

Un lenguaje sin alardes

Rafael Moneo 
30/04/1993


«La obra de arquitectura ni es la manifestación de un lenguaje previamente establecido, ni lo establece.» ¿Por qué escojo esta afirmación como punto de arranque para comentar su trabajo? Porque, a mi modo de ver, encierra muchas de las claves que son necesarias para entender su arquitectura. Pues tal afirmación nos dice que intenta comenzar su trabajo sin prejuicios y con una actitud de desprendimiento tal que le hace ser extraordinariamente sensible a las circunstancias en las que ha de trabajar, y aquí he de hacer constar que deliberadamente he procurado no escribir ‘contexto’. Él lo espera todo de las circunstancias, del medio. Y así cada proyecto representa un renovado empeño por capturar la singularidad, lo que de único e intransferible hay en cada episodio arquitectónico.

Además, me parece que lo que Siza desea ansiosamente capturar es la enajenable singularidad de un momento, de una circunstancia específica que él hará tangible al convertirla en arquitectura. Por ello la arquitectura de Siza describe un mundo en el cual el tiempo es percibido a través de la rota y fragmentada presencia de momentáneas vivencias que inevitable y felizmente han cobrado la forma de lo construido. Siza o, para ser más preciso, las obras de Siza descubren la inestabilidad, la fragilidad del momento. Sus edificios fijan y consolidan la irrepetible percepción que él tuvo de un lugar y de una hora. Su obra refleja una temporalidad presente en la historia del pensamiento desde Heráclito hasta Bergson. Una idea de temporalidad que, sin embargo, rara vez encontramos en la arquitectura.

Enérgicos trazos de pluma sobre el blanco papel, los apuntes de Siza son testimonios de íntimos, epifánicos momentos en los que la realidad se hizo presente vía la arquitectura, que se nos manifiesta como si fuese el único instrumento con el que captar y atrapar la realidad.

La esencia de un lugar, la sustancia de un espacio, son descubiertos a través de accidentes —entendiendo el término tal como los escolásticos lo aplicaron— que tan sólo la arquitectura es capaz de iluminar y representar. El instante cuasi religioso que supone el umbral de una casa queda prendido en la singularidad de la puerta de entrada. La exagerada estrechez de un ámbito urbano se nos hace aún más evidente al encerrarlo con muros cargados de contenido y voluntad estética. La escalera esviada habla de la imposibilidad de reconciliación entre dos niveles que, sin embargo, están condenados a estar siempre próximos. El curvo perfil afirma con fuerza el placer que supone dibujar un contorno en un plano. Todo nos muestra su condición accidental. Y a través de ella la arquitectura de Siza nos conecta con la vida y nos comunica con el sentido que para él tiene la realidad.

Sus edificios responden a problemas inmediatos y directos, tanto si se levantan en un abrupto paisaje como si han de establecer diálogo con la complejidad de la ciudad antigua. Siza ama profundamente las ciudades. Pero su respeto por la ciudad tradicional nunca termina en pura mimesis. Reconoce la presencia de lo existente, de los tipos, si bien los transforma y distorsiona según la dirección requerida por el tiempo y el lugar. De ahí que sea capaz de aceptar las más variadas circunstancias, englobándolas sin conflicto en la singularidad de sus obras. La arquitectura aparece sin afirmar su presencia violentamente: mantiene su autonomía sin hacer alardes, sin convertirse en aparatosa imagen que reclama protagonismo.

Siza nos advirtió que no había lenguajes preestablecidos. Cabría decir que el suyo es una sabia mezcla de todo aquello que aprendió de los viejos maestros modernos: Wright, Le Corbusier, Aalto. En sus manos, sin embargo, los elementos prestados van más allá de lo que es estricta cita, perdiendo todo lo que tienen de referencia cultural y soportando una nueva e inesperada arquitectura a la que difícilmente cabría considerar como expresión de un determinado lenguaje.

Siza tiene de común con los maestros mencionados su interés por el espacio, y de ahí el que me atreva a recomendar la visita a sus obras: se podría así disfrutar de la experiencia de sus ricos interiores, donde la luz y los materiales subrayan el peso que en su arquitectura, como ocurría en las arquitecturas del pasado, tiene la geometría. Incluyendo globalmente tanto el pasado reciente como el remoto, Siza evita cualquier discusión sobre la modernidad o, para ser más preciso, ofrece un punto de vista alternativo a la interpretación actual de nuestra situación posmoderna.

Este acercamiento a la arquitectura es bastante ajeno al modo en que ésta se ejerce hoy en día. Siza es uno de los pocos arquitectos que todavía nos permiten imaginar una arquitectura que —sin olvidar los atributos que la disciplina tenía en el pasado— continúa siendo sensible a las preocupaciones de la realidad de hoy. Creo que estar en contacto con él puede ser una experiencia inolvidable para los jóvenes arquitectos.


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