El sueño expresionista de la catedral cristalina dibujado por Bruno Taut, Wenzel Hablik o los hermanos Luckhardt ha tenido que esperar cien años para hacerse realidad, pero al menos lo ha hecho en Alemania, y a lo grande. Después de una década de obras, Herzog & de Meuron acaban de terminar la Elbphilharmonie, emblema de una ciudad pujante como pocas, Hamburgo, que ha podido gastarse 860 millones de euros en esta gran catedral para la música. El edificio consiste en una la superposición radical de dos estratos: el inferior, un inmenso almacén portuario del que sólo ha quedado su piel de ladrillo; y el superior, un cuerpo de vidrio opalescente que refleja el caserío circundante, rebasando los cien metros de altura. Cristalino en su haz, el edificio es orgánico en su envés, cobijando tres salas de conciertos, de las cuales la más grande, de 2.100 plazas, semeja una cueva revestida con paneles impecablemente blancos. Los técnicos afirman que su acústica es excelente, pero será el público que asista al concierto inaugural del 11 de enero el que tenga la última palabra.