Pliegues de clínker
Fórum Ecuménico en Hamburgo
Antiguamente, cuando se retiraban los ladrillos del horno donde se cocían, se descartaban las piezas más cercanas al foco de calor —y, por tanto, recocidas— por su tono más oscuro y su textura basta. Sin embargo, a principios del siglo XX, se advirtió que estas piezas en principio desechables tenían unas excelentes propiedades, y comenzaron a usarse en los países centroeuropeos, sobre todo Alemania y los Países Bajos. Debido al ruido brillante y metálico que emitían los ladrillos al ser golpeados unos contra otros, el nuevo material fue denominado onomatopéyicamente klinker —del alemán klingen, ‘sonar’— y comenzaron a utilizarse con profusión en pavimentos y fachadas.
Las virtudes que hoy adjudicamos al clínker se explican por los defectos que el material parecía tener para los antiguos, pues el recocido de la pieza, que le dota de su característico color parduzco, también mejora sustancialmente sus propiedades: las altas temperaturas producen un proceso de sinterización que elimina los posos del ladrillo, volviéndolo prácticamente impermeable y aumentando su densidad, peso y, por tanto, también su inercia térmica.
Uno de los primeros focos arquitectónicos del uso del clínker fue Hamburgo, cuyos edificios están en buena parte construidos con este material, con ejemplos tan significativos como las obras de Fritz Höger, autor, entre otras, de la célebre y expresionista Chilehaus (1924). La arquitectura de Höger ha sido precisamente la inspiración del nuevo Fórum Ecuménico de Hamburgo, un edificio situado en el corazón de la ciudad portuaria, que alberga un complejo programa en el que conviven los usos profanos y los sacros, y cuya fachada escueta y rigurosa se cualifica con superficies alabeadas construidas con un delicado aparejo de ladrillos de clínker rojo.