Opinión 

Un caso extremo de crisis urbana

La azarosa historia de una ciudad de piedra

Opinión 

Un caso extremo de crisis urbana

La azarosa historia de una ciudad de piedra

Dieter Hoffmann-Axthelm 
01/01/1994


Jean Nouvel, Leoh Ming Pei, Oswald Mathias Ungers, manzanas entre Friedrichstrasse y Gendarmenmarkt

El centro de Berlín ha sufrido daños irreparables. No cabe comparación con ninguna otra metrópolis europea. Esta aglomeración urbana de unos 50 kilómetros de diámetro, habitada por poco más de 3,5 millones de personas, tiene una especie de cráter en el centro. En lo que fue en su momento una de las áreas multifuncionales más compactas de la historia se extiende ahora algo que parece más una pradera habitada por modernos dinosaurios que un centro urbano. Tanto los elementos que contiene como los que se echan de menos contribuyen a producir una misma sensación de vacío: enormes carreteras y áreas públicas que parecen flotar en su misma carencia de definición espacial. No hay salida para esta situación: las décadas venideras no pueden hacer otra cosa que limitar el alcance de los danos.

Esto no puede ser considerado un accidente. Las destrucciones de la guerra son historia archisabida, la historia de Berlín. Pero la devastación que puede contemplarse hoy en día no es mera consecuencia de la guerra. Lo que existe es peor que lo que no existe. Y lo que existe no es precisamente el resultado de una barbarie aislada del resto del mundo de la arquitectura y el urbanismo. El centro del antiguo Berlín, entre la Potsdamer Platz y la Alexanderplatz, es, junto con el de Róterdam, uno de los ejemplos más extraordinarios de urbanismo moderno. Tan solo las condiciones existentes bajo el régimen comunista —el control centralizado del suelo, del planeamiento y de los recursos, y la ausencia absoluta de influencia por parte de ningún propietario— hicieron posible que los objetivos de la modernidad se llevaran a cabo de una forma tan pura…[+]


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