España construye; pero no arquitectura española. A diferencia de la mítica ‘Brazil Builds’, que en 1943 presentó en el MoMA la reinterpretación tropical y sensual de la modernidad como una arquitectura inequívocamente brasileña, ‘On-Site’ coloca bajo los focos del mundo los últimos proyectos y obras en España, concediendo a nuestro país el raro honor de una exposición monográfica, pero sin reclamar para él otro atributo que el de la excelencia. Variedad y apertura son en efecto los dos rasgos de la muestra: variedad de lenguajes producto de la diversidad de autorías, sin que se adviertan rasgos comunes que definan grupos o escuelas, porque si no existe una arquitectura española, menos aún arquitecturas generacionales regionales; y apertura, por cuanto casi un tercio de los autores expuestos son extranjeros, subrayando tanto la voluntad española de abrirse al talento exterior como el interés de las estrellas internacionales en España.

On-Site, el catálogo de la exposición, se acompañó de Spain Builds, un recorrido histórico por la arquitectura española de la democracia.

La mera relación de estas últimas es ya impresionante: Chipperfield, Eisenman, Gehry, Koolhaas, Hadid, Herzog & de Meuron, Ito, Mayer, Mayne, MVRDV, Nouvel, Rogers, Perrault, Sejima & Nishizawa, Siza. Pocos lugares del planeta pueden jactarse de una concentración similar de brillo arquitectónico, una circunstancia aún más notoria si se recuerda que la mayoría de ellas tiene varios encargos en el país, y que grandes firmas con importantes proyectos en España no figuran en la exposición. Pero este desembarco de las oficinas internacionales se produce en el contexto de una producción local de muy alta calidad, que puede compararse favorablemente con las arquitecturas importadas, y que cada vez tiene una mayor presencia en la escena global.

El único Pritzker español, Rafael Moneo, estaba presente en la muestra con su ampliación del Ayuntamiento de Murcia, una obra que dialoga con el entorno mediante la abstracción geométrica de su fachada pétrea.

Aunque la lista de estudios españoles representados en el MoMA es demasiado extensa para comentarse en detalle, acaso merezca mencionarse que sólo cinco de ellos —Ábalos y Herreros, Arroyo, Mansilla y Tuñón, Mangado y EMBT— aparecen tanto en la relación de proyectos como en la de obras, dentro de un elenco de trabajos que cubren esforzadamente la península y los archipiélagos balear y canario. De todas las comunidades autónomas —si consideráramos La Rioja representada por las bodegas de Gehry en Elciego— se muestra algún proyecto en Nueva York, una ecuanimidad geográfica que tiene origen en el empeño y los innumerables viajes por España del comisario de la exposición, que cierra con ella sus trece años al frente del departamento de arquitectura del museo.

Entre los arquitectos con dos obras en la exposición estaban Francisco Mangado (izquierda, el Baluarte de Pamplona), Ábalos y Herreros (abajo, la torre Woermann en Santa Cruz), y Mansilla y Tuñón (el MUSAC de León).

Es significativo que, en lugar de una exposición de tesis, Terence Riley haya decidido despedirse con una muestra de esta naturaleza, necesariamente diversa y dispersa, pero es posible que la fragmentación desorientada de los tiempos se exprese mejor a través de una colección heteróclita de proyectos excelentes. En todo caso, el comisario ha querido subrayar las raíces históricas de este espectacular florecimiento de arquitecturas en España promoviendo el libro complementario Spain Builds, donde se ilustran los orígenes del panorama actual en las décadas de la democracia, que eligió representarse a través de la arquitectura moderna, y aun del franquismo, durante el cual desarrollan la mayor parte de su carrera los maestros de las actuales generaciones, Coderch, De la Sota, Oíza o Fisac.

También en la relación de autores representados por partida doble en Nueva York se contaban Eduardo Arroyo (abajo, estadio de Baracaldo) y Miralles y Tagliabue ( Mercado de Santa Caterina en Barcelona).

Esta continuidad esencial —unida a la rigurosa formación que imparten las escuelas, el poder de los colegios profesionales y la supervivencia de oficios artesanales— fue la base de las obras que en los ochenta fascinaron al mundo, con la puesta de largo de 1992. Sin embargo, esos soportes de la calidad arquitectónica están hoy en crisis, y no cabe descartar que la degradación experimentada en el urbanismo y el paisaje se extienda a la arquitectura, demasiado dependiente de la prosperidad inducida por el boom inmobiliario y de la generosidad ostentosa de las administraciones públicas. Pero mientras eso sucede, no podemos sino felicitarnos de que la arquitectura sea nuestra carta de presentación en el exterior y la más celebrada de nuestras manifestaciones culturales; y no podemos sino agradecer al MoMA —25 años tras el retorno del Guernica— este nuevo gesto de aprecio y amistad.


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