El martes estábamos bajo tierra. Habíamos visitado con estudiantes de la Escuela de Madrid las colosales mezquitas subterráneas donde la ciudad almacena el agua, y cuando los Boeing alcanzaron las Torres Gemelas conversábamos plácidamente sobre el dilema contemporáneo entre el pragmatismo como aceptación dócil de la ciudad desbocada y el paisajismo como proyecto de domesticación del caos urbano. Al llegar a la revista, la noticia abrió un cráter de estupor, y tras la caída de la primera torre llegó la llamada de El País, que a través de Ángel Harguindey pedía un texto instantáneo para la edición especial. El miércoles, la inquietud sustituye a la parálisis incrédula, y las llamadas a los amigos neoyorquinos desgranan el horror; las imágenes hipnóticas de la televisión y la tormenta de e-mails dejan hueco para una primera reflexión crítica, que envío a la sección de opinión del periódico. El jueves fue un día de lágrimas y escombros, y la coincidencia de la destrucción de las torres con la apertura del Museo Judío de Berlín me anima a enhebrar arquitecturas, infamias y catástrofes en un texto para la página de ‘Babelia’, el suplemento cultural de El País. El viernes la América herida hizo oír su cólera, y el sábado determinó que Afganistán y Osama Bin Laden serían sus destinatarios; Yamasaki, el arquitecto de las torres, había trabajado con éxito para los árabes, y las paradojas de su biografía me ocupan un fin de semana destinado a otra página de ‘Babelia’. El domingo esperó con ansiedad la reanudación de la actividad en Wall Street, y el lunes la emotiva reapertura de la Bolsa señaló un hito de recuperación simbólica; el suplemento dominical quiere ya perspectivas sobre el futuro de la zona devastada, y al ponerlas por escrito puedo incorporar las opiniones de los arquitectos neoyorquinos, que se apresuran a mudar el dolor en determinación. Ese mismo lunes iniciamos la preparación de este número monográfico de Arquitectura Viva, y el once de septiembre abandona la piel tersa de la emoción para hundirse en las aguas violentas de la historia. El romance en las alturas del avión con el rascacielos había inaugurado el siglo XX: su cópula cruel y sublime nos arroja desnudos en el umbral incierto del XXI.