Opinión 

Semper en Gando: una estética práctica

Luis Fernández-Galiano 
28/02/2018


En el origen fue el árbol. Si Gottfried Semper hubiera extendido su exploración arqueológica y etnográfica hasta la sabana africana, habría encontrado allí confirmación de muchas de sus tesis, y habría también modificado otras para enriquecer su relato con otras geografías y otros climas. El arquitecto y teórico alemán situaba en el fuego el origen de la arquitectura, pero es posible que el contacto con las regiones áridas o tropicales le hubiera animado a ampliar su repertorio genético o genesíaco con la sombra: en lugar de la fogata primigenia que alumbra y calienta, la bóveda vegetal que protege de la radiación solar. En ese tránsito del fuego a la sombra, y de la hoguera al árbol, se encuentra encapsulada una teoría alternativa de la arquitectura, que sin embargo puede bien armarse con las herramientas conceptuales de Semper. Esta es la propuesta arriesgada que aquí se hace: interpretar la obra de Francis Kéré con los fértiles patrones intelectuales suministrados por el autor de Der Stil, aunque colocando al árbol y la sombra en el núcleo cordial de una arquitectura que tiene profundas raíces en su territorio original, y que a la vez extiende su tupido ramaje de intuiciones y convicciones a paisajes distantes, configurando una genuina estética práctica, para tomar prestado el término de Semper.

La arquitectura de Francis Kéré se puede entender desde el mestizaje de sus raíces africanas con su educación europea, desde el empeño por usar técnicas apropiadas que comparte con otros constructores en entornos precarios o desde su singular compromiso comunitario, y todos ellos son enfoques legítimos. La reunión de su íntimo conocimiento del entorno material donde se crió con su formación inicial de carpintero y después de arquitecto en la Technische Universität berlinesa dan como resultado una pragmática destreza en la manipulación de materiales, medios y procesos que no es fácil de lograr con una experiencia que se apoye sólo en uno de esos dos polos, y tanto las limitaciones de las construcciones vernáculas como los desajustes de las técnicas importadas atestiguan la conveniencia de hibridar tradición y modernidad. A su vez, el extremo realismo que exige el construir con recursos limitados se extiende desde la adecuada elección de las técnicas hasta el empeño en proyectar una arquitectura sostenible que logre más con menos y consiga levantar entornos habitables sin apenas usar otras energías que las renovables. Por último, la voluntad de servicio a su comunidad se expresa tanto en su activismo recabando fondos para construir dotaciones sociales como en la propia intervención de la gente en la realización de las obras, en una coreografía colectiva que legitima el proceso y empodera a los habitantes.

Mestizas, apropiadas y comunitarias, las obras de Kéré son empero algo más, que me atrevo a situar en el resbaladizo ámbito de la belleza, y que sugiero apocopar con el expresivo subtítulo de Der Stil, ‘Praktische Aesthetik’. La personalidad carismática del arquitecto burkinés, y su extraordinario recorrido biográfico —que le ha llevado desde una aldea sin electricidad ni escuela en uno de los países más pobres del mundo hasta el unánime reconocimiento internacional que hoy disfruta—, le ha convertido en líder de una escuela dispersa que defiende una arquitectura necesaria: es inevitable sentir admiración por un trayecto que a los veinte años le lleva a Alemania con una beca de formación profesional, consiguiendo diez años después ingresar en la universidad, donde se titula poco antes de cumplir treinta y nueve años, tras haber ganado el Premio Aga Khan con su proyecto fin de carrera, que se construye en Gando con la financiación que él mismo obtiene de fuentes filantrópicas. Quince años después, la oficina berlinesa de Kéré tiene una dimensión global que se soporta en quien ha enseñado en la TU y en Mendrisio, pero también en Harvard, es miembro del RIBA y del AIA, habla alemán o inglés con la misma fluidez que sus nativos francés y mòoré, y que a las innumerables publicaciones, exposiciones y premios añade ya un acervo singular de obras y proyectos en diferentes geografías, unidos por el hilo conductor de una belleza necesaria.

Del árbol al tejido

¿Cómo abocetar los rasgos esenciales de esa estética? Iniciando la narración con el árbol que proponía como origen material y mítico de estas arquitecturas, y siguiendo la pauta que sugieren los textos de Semper, quizá ayuda contemplar sucesivamente la tierra y su modelado, la relación entre los soportes estereotómicos y las cubiertas tectónicas, y la definición textil y cromática de los cerramientos. Este conjunto de técnicas y procesos, que unen la artesanía con la fabricación, y la antropología con lo etnográfico, permiten entender la obra de Kéré desde la tradición teórica alemana, y acaso percibirla bajo una luz diferente a la habitual, que inevitablemente sitúa su trabajo en el contexto de las arquitecturas de países emergentes, una categoría a la que pertenece, pero que también desborda con su ambición simbólica y expresiva. No se trata pues aquí de dotar de credenciales intelectuales germánicas a una oficina berlinesa, sino de mostrar la madeja de intenciones y referencias que anudan la obra de un arquitecto, en un viaje a los orígenes que, al despojar los edificios de lo superfluo, permiten examinar constantes arquitectónicas que sólo se manifiestan en una condición auroral y desnuda que erróneamente etiquetamos de primitiva cuando es más bien sofisticadamente original en su despojamiento retórico.

El árbol es pues el origen, y si Semper hallaba huellas de ese árbol sagrado que tantas culturas comparten en los motivos asirios de palmetas o en el ‘cáliz de volutas’ de sus capiteles —también trenzados en ocasiones en forma de cesta, remitiendo siempre a su tenaz búsqueda de referencias textiles—, en el país mossi de Burkina Faso (un estado que alberga un complejo mosaico de pueblos y grupos etnolingüísticos) los árboles han de ser el baobab y el mango, cuya sombra protectora constituye la arquitectura primera. Hay desde luego otros —desde la cromática acacia flamboyant y el árbol del anacardo hasta el karité o árbol de mantequilla cuya resina se usa en la construcción y el neré que suministra barnices y estabilizantes para las obras— pero quizá la fuerza plástica del baobab y la frondosidad nutricia del árbol del mango los hace referencias obligadas para la arquitectura de Kéré, que se levanta firmemente sobre la tierra para coronarse con cubiertas ligeras que ofrecen sombra en los espacios abiertos y protección solar ventilada sobre los forjados o bóvedas de las construcciones, y en ningún proyecto de manera más evidente que en el pabellón de la Serpentine Gallery en los Kensington Gardens de Hyde Park, inspirado en el gran árbol de reunión comunitaria en Gando: una estructura metálica arborescente que se extiende con un gran dosel forrado de madera, conectando a los visitantes entre ellos y con la naturaleza circundante del parque londinense donde se levantó.

En la obra de Kéré la tierra tiene una presencia ubicua, al ser el material más abundante y barato, y su modelado o prensado con las manos y los pies de los que intervienen en la construcción —a menudo los propios habitantes del poblado donde se levanta— conforman la plataforma que Semper juzgaba imprescindible para proteger el fuego elevándolo sobre el nivel del terreno, y en Burkina Faso no menos necesaria para impedir que las lluvias torrenciales y las ocasionales inundaciones de la estación húmeda devasten casas y enseres, como catastróficamente ha ocurrido en fechas recientes. Pero Semper asociaba este soporte sólido a la albañilería, y en efecto han sido también piezas prismáticas cerámicas, bloques de tierra comprimida y estabilizada o sillares de la dúctil laterita, extraídos de canteras artesanales, los que han permitido a Kéré aparejar recintos definidos con elementos estereotómicos. Aunque la imagen que convoca la tierra es la de las manos moldeando el tapial o los pies compactando el suelo de arcilla, el adobe o la cerámica forman también parte de este repertorio, y quizá en ningún proyecto de manera más dramática que en la biblioteca escolar de Gando, donde vasijas cortadas por la mitad hacen el papel de lucernarios, evocando la representación de la bóveda celeste en los baños islámicos y moteando la sombra maternal y protectora con charcos de luz.

Estereotómico y tectónico

Se ha mencionado el carácter estereotómico de muchos aparejos, y es por lo tanto inevitable relacionarlos con la naturaleza tectónica de las cubiertas, articuladas a menudo con carpinterías metálicas. La distinción entre lo estereotómico y lo tectónico es probablemente —junto a la búsqueda del origen textil del cerramiento y el entendimiento de éste como revestimiento o ropaje— la que ha tenido más fortuna entre las muchas piezas que forman el edificio teórico de Semper, así que es obligado constatar de qué forma la obra de Kéré exhibe numerosos ejemplos de ese contraste casi oximorónico entre la solidez pesada del edificio que se yergue sobre la tierra prolongándola —y en ocasiones sobre la roca misma, como en el restaurante del Parque Nacional de Mali en Bamako— y las livianas cubiertas articuladas que vuelan sobre lo construido protegiéndolo del sol o de la lluvia, y en esa extensión ofreciendo espacios de encuentro informal y de mediación entre los volúmenes cerrados y la naturaleza alrededor. Albañil pues y carpintero a la vez, estereotómico y tectónico en sus estrategias constructivas, sólidamente asentado y livianamente protegido por doseles arbóreos, Francis Kéré tiene —como sus propios edificios— los pies en la tierra y la cabeza en las nubes, reconciliando realismo y ambición para convertirlo en el pragmático visionario que ha llegado a ser.

Por último, y como ya se ha mencionado, el origen textil de los muros fue preocupación reiterada de Semper, lo mismo que su atención a la policromía —interviniendo fundamentadamente en los vivos debates sobre el asunto que reclaman la atención de arquitectos y arqueólogos durante la primera mitad del siglo xix—, y ambos temas pueden ilustrarse bien con la obra de Kéré, que por cierto en eso extiende motivos de la arquitectura vernácula de su país natal, donde son frecuentes los muros de tapial ornamentados con patrones geométricos y cromáticos indudablemente derivados de la producción textil. Si de la utilización del color hay numerosos ejemplos en la obra construida y en las instalaciones de Kéré, la referencia textil puede hallarse en los cerramientos de palos de las escuelas secundarias de Gando y de Koudougou —esta última caracterizada también por el cromatismo y la planta coreográfica sobre la que se levantan las torres de viento—, dos muestras de urdimbre lígnea sin trama; y, sobre todo, en la que siendo una obra efímera es casi un manifiesto conceptual, el pabellón de la Serpentine, donde los muros añiles de patrones textiles dan expresión elocuente a la intención de Francis Kéré: «Me han invitado a Londres y voy a llevar mi mejor traje». Su mejor traje a la sombra de su mejor árbol, el mejor resumen de su estética práctica... [+]


Etiquetas incluidas: