No somos, es sabido, ‘individuos’, sino ‘dividuos’: un conjunto bastante caótico de deseos, recuerdos, ideas, sentimientos, palabras e impulsos corporales atados por aquello que con la primitiva simplicidad del lenguaje nos empecinamos en llamar ‘yo’. Analizar la obra de un creador es un modo de aproximarnos a la angustiosa lucha entre el poderoso pronombre y la pluralidad real de la existencia. En esa obra están impresas la altiva afirmación de la unidad de lo hecho en tanto espina dorsal de ese ‘yo’, y la despiadada crítica mediante la que en cada nuevo trabajo muere el ‘padre’ del pasado y renace la diferencia en la que esa presunta ‘in-dividualidad’ se funda. Sin embargo, la diferencia sólo se presenta recortándose sobre las trazas de ese pasado, y por eso es en la proporción entre la diferencia y esas trazas donde se juega la posibilidad de abrirse verdaderamente a lo nuevo o perder todo rumbo. Ese es el ‘riesgo’ que una y otra vez proclama Francisco Mangado como clave de su compromiso con la profesión: buscar la paradójica unidad en la transformación, rechazando la fácil solución de la ‘marca’ como repetición de lo mismo(estilo). Nada más ajeno a esa idea que deducir de la división de su producción en dos etapas —con parte aguas en el Baluarte— la existencia de una fase de ‘búsqueda’ previa que lo condujo a ‘encontrarse’ finalmente en esa obra. Fijar un término ad quem constituye sólo una estrategia expositiva, productiva en la medida en que tratemos de responder a las preguntas para nada insignificantes que nos propone: ¿qué rasgos de la primera etapa desaparecen en la segunda?, ¿qué hilos recorren/unifican ambos ‘periodos’?, ¿qué ‘padres’ ha sido necesario ‘matar’ en ese tránsito?... [+]