Memoria y materia

Luis Fernández-Galiano 
31/10/2018


La obra de Eduardo Souto de Moura está atravesada por dos ejes en cuya intersección cristalizan las formas exactas de esta arquitectura exigente: la memoria, alimentada por la extensa cultura que otorgan viajes y lecturas, pero también depositada en las trazas en el territorio y las construcciones preexistentes; y la materia, presente en la geología del paisaje o en la arqueología de la ciudad, pero igualmente determinante a través de las disponibilidades técnicas en la obra y en los residuos tangibles de la experiencia biográfica. Memoria y materia se reflejan en sus espejos mutuos o se enredan en su crecimiento simultáneo, y en esas superposiciones fértiles de imágenes o raíces surge una arquitectura cerebral y sensual, tan rigurosa en su geometría como libre en su lenguaje, y tan intemporal en su propósito de injertarse en la continuidad como contemporánea en su ánimo de encarnarse en el presente.

En una monografía anterior a esta usé los términos melancolía y metafísica para caracterizar la actitud vital del arquitecto de Oporto, pero ambos rasgos se diluyen o convergen con los aquí empleados para geolocalizar conceptualmente su obra, a modo de coordenadas que fijan el lugar preciso donde las ideas se encuentran con las formas. La melancolía exige la memoria, porque la conciencia del discurrir del tiempo enhebra nostalgias y recuerdos, construyendo la sensibilidad sobre la historia personal o colectiva, de manera que resulta inconcebible un melancólico amnésico; y la metafísica sólo puede edificarse sobre la materialidad de la física, la precisión de la geometría y el rigor abstracto de las leyes de la naturaleza, para reunir en el mismo recinto la emoción de lo táctil y el escalofrío del pensamiento. La melancolía de Souto de Moura no es desmemoriada, ni su metafísica inmaterial.

El llanto y la risa de las máscaras del teatro abrevian la oposición clásica entre el Heráclito que deplora la fugacidad del tiempo y el Demócrito que celebra la permanencia de lo físico, separando retóricamente la memoria y la materia que la arquitectura reconcilia. Si el Platón del Banquete dejó escrito que ‘la belleza es el esplendor de la verdad’, en la obra del portugués la belleza es el esplendor de la sensibilidad y la inteligencia, el esplendor de la memoria y la materia que se apocopa en el detalle. Evocando la intuición deslumbrante de William Blake, esta arquitectura permite ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre, porque sostiene el infinito en la palma de su mano, y la eternidad en una hora. La capilla vaticana y veneciana que clausura este trayecto reúne memoria y materia en el menor fragmento, grano de arena que contiene un mundo y resume la eternidad en una hora. 

Luis Fernández-Galiano
[+]


Etiquetas incluidas: