Medio siglo después del primer alunizaje, el espacio nos convoca de nuevo. Tras la excitación de la carrera espacial iniciada con los Sputniks de la Unión Soviética en 1957 y el Explorer de Estados Unidos el año siguiente, y que tuvo por hitos el vuelo al espacio exterior de Yuri Gagarin en 1961 y el paseo lunar de Neil Armstrong en 1969, la exploración del cosmos perdió su carácter de pugna tecnológica entre las dos superpotencias de la Guerra Fría, que en 1975 participaron en la misión conjunta Apolo-Soyuz. Esta etapa dejó imágenes memorables de nuestro planeta como la ‘Earthrise’ del Apolo 8 en 1968 o la ‘Blue Marble’ del Apolo 17 en 1972, pero también fotografías icónicas de la Luna como las de las huellas humanas en el polvo lunar en la misión histórica del Apolo 11, o el módulo lunar del Apolo 12 sobrevolando el satélite antes de posarse en el Océano de las Tormentas, instantáneas de hace 50 años que todavía hoy nos conmueven.

La carrera espacial fue una de las manifestaciones de la Guerra Fría, y el componente militar de la investigación se exacerbó durante los años ochenta, con la Strategic Defense Initiative de la administración Reagan, apodada ‘Star Wars’, pero el colapso de la Unión Soviética en 1991 desplazaría la atención hacia otros asuntos. Estos días, sin embargo, el interés por el espacio se aviva con un cúmulo de noticias estimulantes u ominosas. Por un lado, China ha alcanzado por primera vez la cara oculta de la Luna con la nave Chang’e 4, la sonda Voyager 2 entró en el espacio interestelar como hace seis años lo había hecho la Voyager 1, y otra sonda de la NASA, New Horizons, llegó a encontrarse con Ultima Thule, el objeto más distante del sistema solar jamás explorado; por otro, el Pentágono propone satélites armados con láser para destruir misiles, un plan de coste colosal y dudosa viabilidad que hace temer el retorno de la Guerra de las Galaxias.

La aventura espacial, donde también participan la Unión Europea, Japón, India, Brasil o Israel, es sobre todo un extraordinario desafío de los pasajeros de la Nave Espacial Tierra. En el pasado, los habitáculos lunares o marcianos pertenecían al género de la ciencia ficción, pero cuando ahora vemos las propuestas de Norman Foster para construir asentamientos con robots de impresión 3D —por encargo de la Agencia Espacial Europea en el Polo Sur lunar, y de la NASA, que también ha convocado el 3D Habitat Challenge, en Marte—, o de BIG para levantar en Dubai el conjunto de cúpulas de la Mars Science City —en el marco del proyecto Mars 2117 de los Emiratos Árabes Unidos, que espera construir en el plazo de un siglo la primera colonia estable en el Planeta Rojo— sabemos que dibujan un horizonte verosímil, porque muestran el empeño humano en superar los límites, siguiendo la consigna de Buzz Lightyear: ‘Hasta el infinito, y más allá.’


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