Gong Dong construye con luz y con materia. El arquitecto de Pekín fue deslumbrado por la luz al otro lado del Pacífico, a través de su formación de postgrado en Illinois; levantó obras luminosas y graves en las costas de China y en el interior del País del Centro; y trae esa luz trémula de Oriente a las tierras europeas, a la Bienal veneciana junto al Adriático o a los foros académicos de este puzle abigarrado de naciones. Del lejano Oriente llega pues la luz, pero una luz atrapada en la materia de unos edificios sólidos y secos, líricos en la poesía de la percepción y pragmáticos en la prosa de la función, que se disuelven en el paisaje y a la vez se afirman frente a él, respetuosos de lo existente y propositivos frente a lo obsoleto, enraizados en la tradición y empeñados en la invención. Con los pies en la tierra y la cabeza en las nubes, este arquitecto oximorónico procura apoyarse en el pasado para prefigurar el futuro, modelando la luz con la materia y transformando la materia con la luz.

La luz natural corta como un cuchillo los volúmenes de su biblioteca en la costa, que abre los libros al mar a través de ranuras generosas que superponen hormigón y horizonte, y que crea espacios de meditación donde los huecos iluminan volúmenes y texturas. Y la luz artificial se difunde matizada por celosías desde los pabellones de su hotel en el valle del río Li, haciendo de ellos linternas livianas fracturadas por cataratas cálidas de bambú, como fracturado está el relieve insólito de su paisaje kárstico. Sea natural o artificial, la luz gobierna por igual la voluntad apaisada de la biblioteca marina y las cubiertas inclinadas del hotel que se abriga en su cuna de montañas, interpretando fenomenológicamente entornos naturales antitéticos, y mostrando su reverencia ante el paisaje con materiales que invitan a la manipulación y al tacto a través del recurso paradójico de la mirada, porque esta es una arquitectura que no halaga la vista, sino que guía por el ojo hacia la mano.

Amalgamando naturaleza y artificio, reuniendo necesidad y memoria, e injertando las yemas nuevas de lo contemporáneo en el árbol añoso de lo heredado, la obra de Vector Architects es representativa de una generación que no desea importar formas icónicas de laboratorios internacionales, y tampoco ensimismarse en la prolongación disciplinada de un patrimonio milenario, porque construyen con la naturalidad de quien conoce su lugar en el mundo. Cuando Gong Dong se enfrenta al diálogo con lo existente, su paleta de materiales y luces no se usa para manifestar estridentemente la singularidad de lo nuevo, ni para extender dócilmente el relato detenido de lo antiguo: la versatilidad de sus recursos compositivos y constructivos se emplea para desdibujar los límites entre lo que hay y lo que se añade, estableciendo una conversación que hace de la continuidad su hilo conductor, de suerte que la obra sea a la vez de nuestro tiempo e intemporal, del mundo y del lugar.


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