Lecturas nacionales: las guerras de la historia
Otoño.Frente a la manipulación nacionalista de la historia, el examen riguroso y crítico del pasado común puede protegernos de unanimidades ilusorias.
Ante el nacionalismo, la historia puede ser vitamina o vacuna: vitamina cuando se construye un pasado mítico para exaltar la excelencia singular de un pueblo, vacuna cuando se examina la endeble consistencia de esas narraciones imaginarias. Aunque pensábamos que el fervor nacional se asociaba a una etapa felizmente clausurada, el proceso homogeneizador de la globalización ha hecho surgir reacciones defensivas identitarias que han craquelado territorios y gentes. En España, el auge del nacionalismo vasco estuvo contaminado por la violencia terrorista, pero la reciente pujanza del independentismo catalán se ha expresado masiva y pacíficamente reuniendo demandas culturales y económicas, aunque a la vez creando un clima de unanimidad patriótica que hace difícil el debate y arriesgada la disidencia.
El nacionalismo español, por su parte, que fue tan virulento en otras épocas, se halla hoy en estado de hibernación por su asociación con el régimen de Franco, sin otra manifestación que las deportivas, pero el ímpetu de las identidades periféricas amenaza con sacarlo de su sopor. En este marco de desencuentros, dos voluminosas historias recientes, gestadas entre Madrid y Barcelona, se ofrecen como oportunas vacunas intelectuales frente a la pandemia de nacionalismos viejos y nuevos en la Península.
Las historias de España, publicada conjuntamente por la editorial barcelonesa Crítica y la madrileña Marcial Pons, es el volumen 12 de la Historia de España dirigida por el catalán Josep Fontana y el gallego Ramón Villares. Coordinado por el catedrático de Historia de la Universidad Complutense José Álvarez Junco, que firma el texto principal junto a Gregorio de la Fuente, el tomo es una «historia de la historia de España», desde las primeras crónicas cristianas hasta Ramón Menéndez Pidal o Vicens Vives, pasando por el padre Mariana y Modesto Lafuente, e incluyendo los mitos particularistas y la revitalización romántica de lo local, así como las aportaciones de los hispanistas y los ensayos identitarios de la España peregrina, entre Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz.
Dos libros recientes de historia de España ponen en cuestión los mitos nacionales y advierten contra el uso partidista del relato histórico, en sintonía con el dibujo de El Roto, que remite al cartel de Lord Kitchener en 1914.
Esforzadamente objetivo en un terreno «propenso al mito patriotero», el libro refleja la renovación historiográfica que ha tenido lugar en España desde los años setenta del pasado siglo, situándose en la tradición democrática y progresista de Miguel Artola o Manuel Tuñón de Lara, e incorpora dos sugerentes estudios: el de la catedrática de la Universidad de California Carolyn Boyd sobre los textos escolares y el del profesor de la Universidad de Florida Edward Baker sobre la cultura conmemorativa, de la toponimia madrileña a los monumentos y fiestas que expresan los valores compartidos o conflictivos en la España contemporánea.
Historia de la nación y del nacionalismo español es una obra financiada por la Comunidad de Madrid y publicada en Barcelona, donde casi medio centenar de especialistas de universidades españolas y alguna institución extranjera —bajo la dirección de los catedráticos Antonio Morales, Juan Pablo Fusi y Andrés de Blas— explora con rigor científico y voluntad crítica la construcción de España como nación, desde los orígenes mitológicos hasta el siglo XX, siempre en relación con la creación de otras identidades peninsulares, que a través de los ‘renacimientos’ medievales del romanticismo cristalizaron en los actuales nacionalismos. Gestado en la Fundación Ortega-Marañón, el libro se inscribe en el marco del nacionalismo liberal español que arranca de la Ilustración y las Cortes de Cádiz para llegar hasta Azaña y Ortega a través de Larra, Galdós y la generación del 98.
Más polifónica que la anterior, pero no muy diferente en su espíritu, la obra contiene, entre otras muchas, contribuciones luminosas de Ricardo García Cárcel sobre los siglos XVI y XVII o de José-Carlos Mainer sobre el fascismo español y el exilio republicano, y se ocupa también de los monumentos y ‘lugares de memoria’, la identidad musical y la pintura de historia, aunque omite tratar la búsqueda paralela de un estilo nacional en arquitectura, que tan importante sería en los pabellones de las exposiciones universales o en el imaginario del primer franquismo. Consciente de la crisis de la identidad española y de las tensiones hoy existentes en el Estado de las Autonomías, el libro se cierra con ‘la mirada del otro’ y la imagen de España desde el exterior, un espejo velado en el que hallaremos estímulos ante el desánimo y acaso también vacunas frente a la irrupción belicosa de nuestros demonios familiares.
En el Times Literary Supplement del 15 de noviembre, el historiador británico Felipe Fernández-Armesto deplora las que llama ‘guerras de la historia’ en España, pero quizá nada las ha resumido mejor que El Roto en su dibujo del 23 de noviembre en El País donde, evocando el famoso cartel de Lord Kitchener para promover el reclutamiento en 1914, recoge la actual consigna: Historiador, tu patria te necesita. El año próximo se cumple un siglo de esa catástrofe europea, y los historiadores, que han desentrañado minuciosamente los orígenes y causas de aquel conflicto, tienen hoy una especial responsabilidad en desactivar los espejismos nacionales que utilizan los contemporáneos flautistas de Hamelín para conducir hacia precipicios.