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Los mejores y los peores

El desembarco de los más destacados arquitectos del mundo en el Pekín olímpico suscita recelos ante el sesgo autoritario del régimen chino.

Luis Fernández-Galiano   /  Fuente:  El País
30/04/2009


¿Por qué los mejores arquitectos construyen para los peores regímenes? Esta es la pregunta que se formula Richard Lacayo en Foreign Policy. El crítico de la revista Time, que ilustra su artículo con las obras de Norman Foster y Rem Koolhaas en Rusia y China, lleva al paroxismo retórico el clima de opinión que se ha generalizado en Occidente en vísperas de los Juegos Olímpicos de Pekín. En la censura se incluyen igualmente los emiratos del Golfo Pérsico —donde buena parte de la élite internacional, desde Frank Gehry hasta Jean Nouvel, levanta rascacielos o museos— y repúblicas ex-soviéticas como Kazajistán, cuyo líder Nursultán Nazarbayev ha adoptado a Foster como arquitecto de cabecera, o Azerbaijan, donde Zaha Hadid construirá un centro cultural que llevará el nombre de Heydar Aliyev, el antiguo miembro de la KGB que gobernó el país hasta su muerte, y en cuya tumba depositó flores la arquitecta de origen iraquí; ocasionalmente, alguno de los textos que ha suscitado esta polémica menciona las obras de Óscar Niemeyer para Hugo Chávez o Fidel Castro, e incluso el proyecto de biblioteca presidencial encargado a Robert Stern por George W. Bush; y en la práctica totalidad de estos artículos se recuerda el precedente ominoso de Albert Speer, el arquitecto de Hitler, mientras muchos de ellos evocan los devaneos de maestros como Mies van der Rohe y Le Corbusier con el totalitarismo de entreguerras. Sin embargo, la espoleta y el hilo conductor de esta floración de textos críticos son, inevitablemente, China y los Juegos.

La sombra del totalitarismo se proyectó sobre obras tan livianas como el ‘cubo de agua’, unas burbujeantes piscinas diseñadas por PTW.

China, un turbión de mala prensa

Desde Robin Pogrebin en The New York Times hasta Roman Hollestein en la Neue Zürcher Zeitung, el debate sobre los arquitectos que trabajan para autócratas o estados totalitarios ha entrado en sintonía con el polémico recorrido de la antorcha olímpica, la oleada de protestas por el conflicto del Tibet y los numerosos informes sobre la situación de los derechos humanos en el país: China es culpable de la persecución de los cristianos o de la secta Falun Gong, de la censura en los medios de comunicación o en la red, de la marginación de los disidentes políticos o culturales, y aun de las matanzas de Darfur, ejecutadas con la complicidad de su aliado el gobierno de Sudán, en el marco de lo que The Economist llama ‘el nuevo colonialismo’ chino en África y América Latina. Desde Hollywood, que alimentó el actual ambiente de rechazo con la renuncia de Spielberg a organizar la ceremonia inaugural, y hasta Amnistía Internacional, que dedica a China la portada de su memoria anual, todo el conglomerado simbólico ha vuelto las es-paldas a un país cuyos espectaculares éxitos eco-nómicos se atribuyen a un modelo depredador que devasta el territorio con obras como la Presa de las Tres Gargantas —con el desplazamiento obligado de millones de personas—, destruye las ciudades con una expansión inmobiliaria incontrolada y acentúa el calentamiento global con la proliferación de centrales térmicas de carbón, industria pesada, autopistas y aeropuertos, llegando a unos ni-veles de contaminación que han motivado la amenaza de ausencia de los Juegos por parte de algunos deportistas de élite.

Evocando los escenarios titánicos de la Alemania nazi, la prensa occidental censuró la intervención de estrellas de la arquitectura en obras emblemáticas del Pekín olímpico como el ‘nido de pájaro’, el estadio proyectado por H&deM. 

En este turbión de mala prensa, donde casi sólo falta acusar a los chinos de incrementar las proteínas de su dieta —provocando en cascada el aumento de los precios de los alimentos en el mundo—, apenas se ha destacado su ejemplar reacción al terremoto de Sichuan, que contrasta con la de la Junta de Myanmar frente al reciente ciclón, o incluso con el del Gobierno Federal de Estados Unidos ante el huracán Katrina, ni se ha puesto suficiente énfasis en cómo la extraordinaria eficacia china se basa en los valores confucianos de jerarquía, disciplina y la-boriosidad que en Occidente se juzgan obsoletos. La cigarra censura a la hormiga pero, como subra-ya el director de cine Wong Karwai, «es más fácil demonizar a China que comprenderla». Esto lo ha entendido muy bien el filósofo Slavoj Zizek, que en un reciente artículo de Le Monde Diplomatique sobre la crisis tibetana llamaba la atención sobre la naturaleza teocrática del budismo del Dalai Lama,difícil de reconciliar con la espiritualidad hedonista New Age que se está convirtiendo hoy en la ideología dominante, y que tiene a un Tibet idealizado como referencia. Respecto a China, la cuestión esencial resulta ser no tanto el pronóstico sobre cuándo adoptará la democracia como acompañante natural del capitalismo, sino más bien si su modelo autoritario resultará a la larga más eficaz que el capitalismo liberal. A esta cuestión respondió David Brooks en el NYT argumentando que la me-ritocracia corporativa china, basada en la subordinación y en el esfuerzo, puede ser útil para levantar una economía manufacturera, pero carece de la flexibilidad suficiente para generar la innovación que requiere la sociedad de la información.

Pekín, las obras emblemáticas

Es probable que sean estas limitaciones en el te-rreno creativo —responsables de que tantos artistas, escritores y cineastas chinos residan fuera del país— lo que ha llevado a los dirigentes chinos a contratar a tal cúmulo de arquitectos extranjeros para las obras emblemáticas del Pekín olímpico. Entre ellos se encuentran muchos de los mejores del planeta, que se han beneficiado de las singulares circunstancias del encargo y del apoyo político de una sociedad muy jerarquizada para construir proyectos memorables: el aeropuerto del británico Norman Foster, un dragón dorado y liviano que es la mayor obra del globo, el estadio de los suizos Herzog y de Meuron, un nido titánico de acero que se ha convertido en el emblema de los Juegos, o la CCTV de los holandeses de OMA, un rascacielos en forma de puerta doblada e inclinada, son reali-zaciones que pasarán a la historia de la arquitectura y a la historia de China.

Tanto el estadio olímpico de H&deM como la sede de la CCTV diseñada por OMA se construyeron con el concurso de un ejército colosal de operarios, que a menudo trabajaron en condiciones de extrema singularidad y dificultad. 

Pero, ¿se puede decir que se trata de los mejores construyendo para los peores? ¿Podrían existir estas obras sin el auge económico, el deseo de afirmación y el apoyo decidido de una sociedad y un régimen? ¿Es el sistema chino perjudicial para sus ciudadanos? ¿Es China un miembro irresponsable de la comunidad internacional? En su libro recién publicado What Does China Think?, Mark Leonard ha documentado el ascenso de una nueva intelligentsia china, agrupada en una gran variedad de centros de investigación y think tanks en abierta competencia, que supone un nítido desafío a la hegemonía liberal occidental. Dictaminar que ‘China es culpable’ es una forma de evitar enfrentarse con la realidad de un país que está culminando una colosal revolución pacífica. ¿Y si los mejores estuvieran construyendo para los mejores?


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