Marco Bellocchio estrenó en 1967 China está cerca, una sátira sobre la decadencia burguesa en la que se enredan la moral católica, los oportunismos electorales y los sueños revolucionarios maoístas. La irónica proximidad de China remitía entonces a su influencia ideológica en los jóvenes radicales de Occidente, pero hoy el título de la cinta describiría más bien la colosal presencia política y económica del País del Centro en nuestro entorno. Han pasado dos décadas desde que Joshua Cooper Ramo acuñó la rúbrica ‘Beijing Consensus’ para describir el ascenso del modelo chino y el declive del neoliberal Consenso de Washington, y en este período la economía china se ha multiplicado por cuatro, haciendo crecer su influencia geopolítica y el ejemplo de su aproximación al desarrollo. Frente a la ortodoxia del Fondo Monetario y el Banco Mundial, el modelo económico chino abre caminos nuevos para los países del Sur Global, y «rompe el mito de que la modernización exige la occidentalización», como aseguró el presidente Xi Jinping en un discurso de 2023 frente a los cuadros del Partido Comunista.
Para The Economist, la autocracia china está «pintando el globo de rojo», y su actual atractivo se expresa tanto en su auge urbano como en su desarrollo científico. Más allá de las cuatro metrópolis —la capital Pekín, la financiera Shanghái, la tecnológica Shenzhen y la exportadora Cantón— ocho ciudades de diez millones de habitantes encarnan «el crecimiento, el optimismo y la buena vida». Xian, Chengdú y Chongqing florecen con tecnólogos e influencers; Wuhan, Hefei y Changshu prosperan con los coches eléctricos y el entretenimiento; y Nankín y Hangzhou se especializan en capital riesgo y startups. Las ‘great eight’ del semanario británico atraen el talento joven con su calidad de vida, y crecen más que las cuatro metrópolis. Entre estas doce ciudades se reparten las sedes de las universidades y los laboratorios que han hecho de China una potencia científica y tecnológica, líder en multitud de campos de investigación y en muchos sectores de innovación industrial, en una senda que puede llevarla a la superioridad económica, geopolítica y militar sobre Estados Unidos.
El auge chino —con sombras como la difícil digestión de su boom inmobiliario—, y frente al que Occidente opone medidas proteccionistas y sanciones que prefiguran una guerra comercial, se ha mostrado compatible con la pervivencia de estructuras políticas autoritarias, contradiciendo los pronósticos de que la prosperidad traería la democracia. Esta circunstancia no parece preocupar mucho a buena parte del Sur Global, alejado del Consenso de Washington por la hipocresía occidental, por su posición subordinada y por la vigencia en muchos países de regímenes autocráticos. Ante la gigantomaquia que enfrenta a las dos superpotencias, las democracias liberales europeas ven declinar sus poblaciones, su prosperidad y su influencia: su demografía se reduce por primera vez desde las pestes medievales, sus generosas prestaciones sociales se muestran difíciles de financiar y su sistema político ha dejado de ser una referencia para el planeta. Estados Unidos todavía garantiza su seguridad, pero no se sabe por cuánto tiempo, y el mundo modelado por China está cada vez más cerca.