La batalla de las musas
Experiencia del arte’ es una expresión evidentemente ligada a la contemplación que se da bajo determinadas circunstancias de ‘disposición’ frente al objeto. Esa disposición puede producirse por un acto individual voluntario (ir al Museo del Prado a contemplar El descendimiento de Van der Weyden, por ejemplo), pero también por una organización espacial intencionada que provoque somáticamente, instintivamente, sin uso del raciocinio ni de intencionalidad anímica previa, un dispositivo de interacción entre sujeto y objeto.
La ‘experiencia’ se produce históricamente en movimiento y, de hecho, es moviéndose a través del grand tour que emprendían los jóvenes ilustrados del siglo xviii y del xix por las regiones mediterráneas de Europa, como la palabra llegó a ser usada tal y como hoy la conocemos. También son experiencias cinéticas las que la percepción fenoménica —que Merleau-Ponty concebía desde la motricidad del cuerpo— nos proporciona, y es habitualmente moviéndonos de sala en sala, entre objetos, como la experiencia artística se nos revela de forma recurrente en los museos: una construcción coreográfica de experiencias que nuestro movimiento activa.
La propia noción de museo, expandida hoy de forma un tanto difusa, ha ido sufriendo una evolución que afecta a la vez a lo exhibido y al tipo de movimiento propiciado. Las antiguas colecciones privadas, muchas veces atesoradas en base a compras y hurtos realizados durante el grand tour —y que habían dado lugar inicialmente a las Wunderkammern—, pasaron de ser exhibidas en los salones y galerías privados a hacerlo en edificios abiertos al público por gracia de sus propietarios en la Inglaterra del siglo xviii. Se trataba de construcciones con habitaciones de proporciones generosas en disposición contigua, laberíntica, muy frecuentemente con iluminación cenital; construcciones extensivas y horizontales que dan desde entonces su típica impronta a los museos de todo el mundo. Los objetos, exentos o sobre las paredes, se organizan desde el principio según diferentes taxonomías (temáticas, autoriales, cronológicas, analógicas, geográficas, didácticas, etcétera), pero siempre buscando algún equilibrio entre contigüidad, aprovechamiento de la sala y autonomía, es decir, dejando entre objeto y objeto una distancia de respeto que se corresponde con la posición del observador y su distancia normal (entre 1 y 3 metros) para no invadir el campo visual. A ello se suma la necesidad de aislamiento que los objetos demandan cuando son vistos en movimiento, situación en la que la distancia del espectador a la pared o a la vitrina crece, demandando una cierta jerarquía de los campos visuales que conlleva un orden interno entre aquellos objetos que pueden ser vistos desde lejos y en movimiento y aquellos que reclaman una cierta intimidad... [+]