De la ventana corrida al brise-soleil

Los límites de una idea

Juan Herreros  Iñaki Ábalos 
01/01/1987


La obra del pionero está siempre sujeta a una experimentación tan estimulante como incierta: toda innovación debe superar el examen que supone su contraste con la realidad, con las limitaciones técnicas y con el propio paso del tiempo. Le Corbusier emprendió en los años veinte una línea de investiga­ción que arranca de la ventana horizontal, codifica el pan de verre y desemboca en el brise-soleil: en su tiempo estas novedades no dieron el resultado definitivo que se esperaba de ellas. Pero su trasunto a la arquitectura contemporánea autori­za a los autores de este artículo a calificarlas de profecía cumplida.

La industria de principios de siglo, con sus específicos sistemas de producción, fue asimilada por Le Corbusier desde los años veinte como un modelo que afectaba directamente al significado de la arquitectura transformando sus claves estéticas. En los escritos de L ’Esprit Nouveau la producción en cadena de objetos idénticos, a la manera en que Henry Ford había concebido sus factorías, deviene una imagen necesaria de la nueva ciudad. Allí el objeto-tipo y la repetición asumían el significado monumental que la tradición había reservado a los acontecimientos singulares. Le Corbusier intuyó que la alta densidad era el destino natural de la ciudad industrial, al menos tal y como ésta podía entenderse a principios de siglo. Algunos hallazgos, como las construcciones reticulares y los ascensores, permitían imaginar mayores concentraciones con una ocupación mínima del suelo: grandes extensiones vegetales y vías rápidas de circulación podían trazarse a los pies de los edificios, sistematizando nuevos ideales y demandas de la sociedad en un modelo urbano densificado...[+]


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