El impacto del huracán Harvey en Houston
Ideología y catástrofe
Dar nombre a una tormenta en el Golfo de México durante la temporada de huracanes puede ser como jugar a la ruleta rusa. A veces una tormenta que ha recibido un nombre entrañable, incluso musical, se vuelve letal por un repentino cambio atmosférico. Fue el caso de Rita, una tormenta tropical de categoría 5 que en 2005 atravesó Houston provocando accidentes de tráfico mortales cuando los habitantes intentaron evacuar la ciudad de un modo tan masivo como ineficaz (no querían tener que pasar por lo mismo que Nueva Orleans a causa del Katrina, tres semanas antes). También fue el caso del huracán Ike (2008), con su tormenta eléctrica que hizo diana en todos los tendidos eléctricos que encontró a su paso.
Ahora le ha tocado el turno a Harvey, una tormenta monstruosa que inundó Houston con un nivel de casi 1,30 metros de agua en sólo cuatro días (la precipitación total que la ciudad recibe normalmente en un año); un lento, estancado y persistente diluvio que logró asustar a la indomable capital de la energía, la cuarta ciudad más grande de los Estados Unidos.
Harvey también ha dejado patente la magnitud del daño causado por muchos años de rotundo desarrollo urbano en áreas propensas a las inundaciones mediante proyectos alimentados por el insaciable apetito de los promotores, cuya visión de una ciudad sostenible no va más allá de un solo ciclo hipotecario. Tal rapacidad convalida la falta de planificación pública de la que adolece Houston y su resistencia política a la regulación del suelo. Pero la búsqueda del beneficio a corto plazo se traduce a largo plazo en costes humanos y económicos para la sociedad, que se alimentan exponencialmente de un desastre natural del mismo modo en que un huracán crece al alimentarse de aire y aguas más cálidos. Ahora que Harvey se ha convertido, en lo económico, en uno de los peores desastres naturales de la historia de los Estados Unidos, una opinión pública más exigente podría desafiar la falta de voluntad de Houston para hacer frente al problema.
El imperativo divino del individualismo a cualquier precio que es la fuerza rectora de Houston debe dejar paso a un programa más sostenible que busque el beneficio de todos y aproveche las habilidades para la supervivencia, que dependen no sólo de mejorar las infraestructuras de la ciudad sino también de recuperar los humedales, librándolos de la amenaza de esa superficie horizontal de hormigón a la que la ciudad aspira en convertirse. Una destrucción de la magnitud del Harvey, y la negativa a prestar atención a las advertencias sobre el cambio climático, tienen consecuencias no sólo económicas sino también éticas y filosóficas para el futuro. Ignorarlas equivale a promover la ignorancia hasta un nuevo nivel de irresponsabilidad.
El mundo ha sido testigo de la vulnerabilidad de la ciudad ante la naturaleza; y asimismo ha visto de primera mano los efectos producidos durante décadas por la ideología de la falta de planificación. Nuestra ciudad puede tener un consuelo en la increíble generosidad humana que ha llevado a innumerables voluntarios a ir al rescate de los ciudadanos atrapados por las crecidas. Pero si la canción de Johnny Nash, nacido en Houston, «I can see clearly now, the rain is gone» constituye un elixir optimista para una ciudad humillada por el agua, la siguiente línea de esa misma canción no convalida al cabo tal optimismo: «I can see all obstacles on my way».
Carlos Jiménez, profesor de la Universidad de Rice, reside en Houston.