Se puede visitar en el Caixaforum de Madrid –y anteriormente en el Museu de Disseny de Barcelona– la muestra ‘Adolf Loos. Espacios privados’, que revisa una parte de la obra del arquitecto vienés. El énfasis de esta exposición está claramente puesto en el espacio interior, o en el ‘espacio privado’, como dice el título. Si las exposiciones de arquitectura dirigidas al gran público pudieran ser consideradas como libros con una invitación implícita a leerlos y a hacerlo en un cierto orden, entonces, que esta muestra pueda ser vista tras la ‘desmaterializada’ instalación de Anna y Eugeni Bach en el Pabellón alemán de Montjuïc hace unas semanas tiene un interés redundante. Son muchas las cosas para recordar, de aquella intervención, que entran aquí en resonancia. Quizás una de las más evidentes es precisamente el peso del interior en la arquitectura, en este caso en el interior por excelencia: el ámbito doméstico. La sobreexposición del espacio en el Pabellón alemán contrasta con estos interiores celosos de serexpuestos al exterior; esta oposición de la arquitectura de Mies con la de Loos tiene su origen en la forma que tienen estos dos arquitectos de concebir el espacio arquitectónico.
Los interiores de Adolf Loos se conciben ‘en el espacio’, y eso es exactamente lo que significa lo que él llamaba Raumplan. Un espacio al que se vuelcan diferentes estancias, cada una con sus medidas y proporciones, tal como hacen los palcos sobre la sala de un teatro, por lo que se podría hablar de cierta vocación escenográfica. Cada actividad, cada gesto y también la ropa que utilizamos para nuestras actividades encajan en espacios de dimensiones diferentes que se exploran subiendo o bajando escaleras, sin perder nunca de vista el espacio en torno al cual se organizan.
Los muros gruesos, los dinteles y los pilares revestidos con maderas o con mármoles veteados enfatizan la condición de espacios excavados en un sólido. Basta con recordar el espacio del Pabellón alemán de Montjuic, tan transparente y tan anodinamente acotado entre dos losas planas (suelo y techo), para ver la supremacía de estos interiores escondidos que en ocasiones pueden recordar a los de las casas árabes tradicionales. Para expresarlo de alguna manera, la distribución de la casa no es el resultado de ‘la división del espacio’, de un espacio predeterminado, sino de ‘la suma de varios espacios’: no es, en definitiva, una casa concebida a partir de un plano sobre una superficie plana bidimensional. Hacia fuera esta arquitectura no es ligera ni transparente, es masiva y pesada, grave y recia. Por fuera, sus casas llaman la atención por las ventanas, justas y aparentemente dispuestas sin orden ni concierto, que ayudan a seguir desde el exterior la particular colocación de las piezas en el interior.
Los interiores mostrados están ‘animados’ por una colección significativa del mobiliario que Loos colocaba a sus casas. Algunos estaban diseñados por él, pero otros sencillamente eran elegidos o reconstruidos a partir de diseños existentes. Sus interiores son, en este sentido, más cercanos al documental que a la ficción. Si una palabra está aquí fuera de lugar es la ‘creatividad’. Los muebles parecen ser las huellas de los habitantes, casi se pueden adivinar sus vestidos y sus gestos, mientras fuman, hablan o trabajan entre taburetes egipcios, mesitas orientales o butacas Knieschwimmer. Pero aún hay algo más que esta exposición pone en escena: ¿es moderna esta arquitectura? Obviamente, no está contaminada por el empalagoso ambiente del secesionismo vienés. No son modernos ni los aseos, ni el papel pintado, ni las vetas del mármol, ni los muebles y las lámparas. Pero ¿es moderna al igual que la arquitectura transparente, ligera y ‘gráfica’ del Pabellón alemán? No, simplemente es otra cosa: está bien construida y es elegante.