Con su intento de asesinato, Trump ha transitado de la historia al mito. Hace más de treinta años nos ocupamos de él en estas páginas con motivo de la publicación de sus memorias como promotor inmobiliario, The Art of the Deal, y su llegada a la Casa Blanca en 2017 nos animó a recordar algunas de su afirmaciones de entonces: «Si usted es un poco escandaloso, o si hace cosas atrevidas o controvertidas, entonces los periódicos escribirán sobre usted… La clave última de mi estilo de promoción es la osadía. Juego con las fantasías de la gente. Muchos, aunque no sepan pensar a lo grande, sí pueden emocionarse con las grandes ideas de otros. Por eso nunca está de más un poco de hipérbole».
Aquel Trump era ya un Ulises, «el hombre de variadas tretas», pero cuando definitivamente ingresa en el dominio mitológico es con el atentado, y el coraje de su reacción con el puño levantado y la triple invocación «fight, fight, fight», que le reviste con la cólera de Aquiles, trenzando en su itinerario biográfico los dos mitos clásicos del ciclo troyano, la Odisea del retorno del héroe sorteando peligros —que en la última etapa del rey destronado han sido sobre todo asechanzas judiciales—, y la Ilíada del guerrero frente a las murallas de la ciudad sitiada, que en su caso es el país que quiere recuperar para hacerlo grande de nuevo.
Ulises y Aquiles, Donald Trump ha jalonado su trayecto con imágenes indelebles. El aventurero tramposo que exhibe su riqueza y seduce a doncellas de tierras lejanas —su primera mujer era checa, y la actual eslovena— se fotografiaba en el marco áureo de su torre neoyorquina, con una trophy wife y un león de melena dorada, pero el héroe sin corona y rodeado de enemigos produjo el retrato inolvidable de su detención policial, un mug shot donde el político asediado muestra la faz feroz de un animal salvaje.
El triunfador satisfecho y el perseguido iracundo son los dos rostros de un itinerario mítico de ascenso al Olimpo y caída a los infiernos, pero las luces y sombras del trayecto se redimen al fin en la fotografía épica de Evan Vucci, con los hombres y mujeres del servicio secreto formando una pirámide de protección al Trump ensangrentado que levanta un puño desafiante bajo la bandera de las barras y estrellas. De composición similar a la icónica de Iwo Jima —pero no orquestada como aquella— la imagen refleja un momento cuya condición mítica expresó bien el senador Tim Scott en la convención republicana de Milwaukee: «El diablo llegó a Pensilvania empuñando un rifle, pero un león americano se puso en pie y rugió. ¡Oh, sí! ¡Rugió!»
El ser humano es un animal narrativo, y en sus relatos el mythos suele imponerse al logos: in principio erat fabula. Trump ha sabido insertarse en la mitología americana de los superhéroes amalgamándose con la tradición clásica, pero su al parecer imparable ascenso es una fuente de alarma para los que no compartimos sus posiciones en política internacional, en el significado de la globalización o en el papel de la inmigración. Un segundo mandato de Trump puede ser una tragedia para la democracia americana, para la seguridad europea y para la estabilidad de un planeta amenazado por demasiadas crisis. Tras la renuncia de Joe Biden, la candidata elegida por los demócratas deberá enfrentarse al mito y la miseria de un hombre y su fantasma.