
Donald Trump anuncia aranceles para los países con vínculos comerciales con Estados Unidos, 2 de abril
El Día de la Liberación fue el día del inicio del desorden. Donald Trump eligió el 2 de abril para presentar unas nuevas tablas de la Ley, pero sus mandamientos arancelarios desataron el caos económico y, como Moisés tras bajar del Sinaí, al poco se vio obligado a romper las tablas con estrépito. Terminamos 2024 anunciando ‘el desorden que viene’, y en la primavera de 2025 el desorden se ha precipitado sobre nosotros. Durante aquel año vimos al entonces candidato a la presidencia transitar del Ulises de las muchas tretas al colérico Aquiles tras el atentado, y pensábamos que una vez en el trono de la Casa Blanca simultanearía los papeles de un belicoso David que gobierna a golpe de decreto y un sabio Salomón que desea ser recordado como el pacificador de Ucrania y Gaza. Pero Trump ha preferido encarnar al libertador de su pueblo de la esclavitud comercial y, blandiendo unas tablas de ‘aranceles recíprocos’ confeccionados con una pintoresca fórmula de letras griegas, sacudir los mercados del planeta con la ira divina de un Júpiter Tonante.
Lejos de asumirse con docilidad, los nuevos mandamientos del imperio americano provocaron un sismo que ha arruinado el panorama normativo construido tras la II Guerra Mundial, y lesionaron de forma quizá irreversible el tejido de confianza en que se basan los intercambios comerciales y las alianzas políticas. Tras unos días de absoluta confusión, mensajes contradictorios y desplome de los mercados, una subasta de bonos encendió las luces de alarma, y los aranceles —a excepción de los aplicados a China, que había respondido vigorosamente— se aplazaron durante tres meses para permitir el desarrollo de negociaciones. Trump tuvo que romper las tablas después de comprobar que los mercados idólatras tenían su propio becerro de oro y rechazaban sus mandamientos, pero esa renuncia a implementar inmediatamente los aranceles —un paso atrás que se presentó como una añagaza genial en su particular art of the deal— no despejó las incógnitas futuras, y el mundo se ha instalado en la incertidumbre angustiosa del desorden.
Desde nuestro reducto europeo, imperfecto de muchas maneras, hoy nos enfrentamos a esta situación inédita con perplejidad. Es cierto que el continente ha dependido en exceso de la protección militar estadounidense, que reglamenta la actividad hasta extremos ridículos, que carece de empresas tecnológicas punteras, que tiene una población envejecida y que su fragmentación política y cultural le impide actuar con decisión y celeridad. Pero Europa disfruta de un estado del bienestar sólido, con desigualdad social limitada, buena atención sanitaria, alta esperanza de vida y entornos urbanos amables. Como bien señala The Economist: «Los europeos han creado un lugar donde disfrutan de derechos a los que otros aspiran: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». No es seguro, sin embargo, que este paraíso provisional sea sostenible, y el desorden del mundo ha dejado de ser un estrépito exterior para amenazar todo aquello que dábamos por supuesto en el ámbito íntimo y frágil de ese museo al aire libre en que se ha convertido el Viejo Continente.

Philippe de Champaigne, Moïse et les Tables de la Loi, 1663