Opinión 

Diseño sin fronteras

Vitra, coleccionista de arquitecturas

Opinión 

Diseño sin fronteras

Vitra, coleccionista de arquitecturas

Luis Fernández-Galiano 
17/12/1993


La arquitectura se mueve. Las formas veloces de algunos edificios recientes evocan el acelerado trasiego del mundo contemporáneo, que desplaza mercancías y personas sin atención a distancias o fronteras. Aunque las construcciones —en general— no se trasladan, los arquitectos y las imágenes transitan vertiginosamente por nuestra aldea global. En un rincón de Europa donde confluyen las fronteras de Alemania, Suiza y Francia se han encontrado también varios de los creadores y las formas más influyentes del momento actual, reunidos por un singular fabricante de muebles que ha hecho de su fábrica un museo de arquitecturas de vanguardia. Los ideales librecambistas que han alumbrado el acuerdo del GATT en Ginebra tienen su expresión construida en los alrededores de otra ciudad Suiza y del mundo, Basilea.

Weil am Rhein es una pequeña localidad alemana, casi un barrio de Basilea y a muy corta distancia de Francia, situada sobre un codo del Rin donde los tres países se encuentran. En ese cruce de caminos europeos esta la fábrica Vitra, una empresa familiar que se ha convertido, bajo la dirección de Rolf Fehlbaum, en una de las más importantes promotoras del diseño de autor, tanto mediante las sillas que fabrican —entre las cuales los modelos de Charles y Ray Eames, la mítica pareja californiana— como a través de las arquitecturas encargadas para albergar los procesos de producción y las diferentes instalaciones del complejo industrial, transformado hoy en un campus fabril salpicado de edificios de mérito.

Fulgor cosmopolita

Devastado por un incendio en 1981, el recinto de la fábrica —que había hecho su fortuna produciendo, desde mediados de los cincuenta, los diseños de los Eames— se reconstruyo y se ha ido ampliando, durante la década siguiente, con el concurso de un grupo excepcional de arquitectos. El británico Nicholas Grimshaw fue el autor de las naves de fabricación construidas en los años siguientes al incendio, mientras la checa Eva Jiricna y el italiano Antonio Citterio se ocupaban de remodelaciones parciales; en 1989, el norteamericano Frank Gehry completaba una nave de producción y un museo para la colección de sillas de la empresa —su primera obra europea—; y en 1993, el portugués Alvaro Siza ha construido otros talleres de fabricación, el japones Tadao Ando, un centro de conferencias —también su primera obra en Europa—, y la iraquí Zaha Hadid, un cuartel de bomberos, que es el primer proyecto que logra ver realizado desde que, en 1982, su victoria en el concurso del Peak de Hong Kong la lanzara a la fama.

Sin tener en cuenta los demás edificios de la firma —Citterio ha construido otra fábrica en la localidad alemana de Neuenburg, y Gehry las oficinas centrales en Basilea— el conjunto de obras de Weil am Rhein forma ya una concentración tan insólita y cosmopolita de fulgor y novedad que se ha inscrito de inmediato en los itinerarios arquitectónicos de la zona, que estaba ya marcada por la proximidad de Notre-Dame-du-Haut, la emocionante capilla de Le Corbusier en Ronchamp, y por el Goetheanum, el extraño templo antroposófico de Rudolf Steiner en Dornach. Rolf Fehlbaum, que antes de dirigir el negocio familiar se doctoro en sociología con una tesis sobre el socialista utópico Saint-Simon —un aristócrata de la época napoleónica que preconizaba una nueva religión de la industria— debe sentirse sin duda estimulado por la presencia cercana de tanta ciencia sagrada.

Ingeniería y arte

En su combinación de agudeza comercial y mecenazgo inteligente, la propia empresa Vitra aborda sus tareas industriales con una devoción cultural que abarca desde la publicidad basada en fotografías de grandes figuras sentadas en sillas —de Jeanne Moreau a Charles Bukowski— hasta la creación del museo de la silla, que contiene originales de Adolf Loos, Otto Wagner, Mies van der Rohe, Marcel Breuer, Le Corbusier, Alvar Aalto o Arne Jacobsen, además del archivo completo de documentos y modelos de los Eames, trasladado desde Los Angeles a la muerte de Ray en 1988. Charles había muerto exactamente diez años antes —en la misma fecha, 21 de agosto— y la veneración de Fehlbaum por este arquitecto y diseñador industrial era tanta que puso su nombre a la calle central del complejo fabril, rindiendo de esta forma homenaje a la fusión de la ingeniería con el arte que la empresa también persigue.

La fábrica de Vitra en Weil am Rhein es ya un auténtico museo de arquitectura actual: en el encabezado del artículo, axonometría del centro de conferencias, de Tadao Ando; arriba, croquis para los talleres de fabricación, de Alvaro Siza; abajo, el parque de bomberos de Zaha Hadid.

Los primeros edificios construidos por Nicholas Grimshaw —el autor del pabellón británico en la Expo de Sevilla— estaban dentro de la tradición de alta tecnología, escueta, tensa y precisa, que caracteriza buena parte de la arquitectura anglosajona, pero el encargo a Gehry del museo vino a romper esa línea contenida. El edificio del californiano —el mismo diseñador de sillas— para albergar la colección de la empresa era un volumen escultórico, de formas derretidas, revestido de estuco blanco y chapa de zinc y con unos interiores inesperados y complejísimos, de un expresionismo luminoso. Frente a unos gigantescos alicates policromos de su amigo Claes Oldenburg —que ya había colaborado con él en el famoso edificio Chiat Day de Los Angeles, donde la fachada incorpora unos enormes prismáticos diseñados por el escultor—, la pequeña construcción de Gehry se levantaba como un juguetón desafío formal e intelectual, y los ecos de la impresión que causo se advierten hoy en numerosas arquitecturas. El primer Gehry europeo fue también, para muchos, el Gehry mejor.

Pero si el museo de la silla supuso una conmoción estilística, los edificios terminados este ano anuncian un impacto aun superior. La nave industrial de Siza es una sobria caja de ladrillo con monumentales huecos verticales y una marquesina escultórica; nada espectacular, aunque con el interés que siempre tienen las obras del maestro portugués, el segundo premio Pritzker —tras Gehry— en construir en Weil am Rhein.

El centro de conferencias de Tadao Ando tiene la característica exactitud del arquitecto de Osaka, un orfebre del hormigón y de la luz que es hoy, sin duda, el japones más admirado, pero que no había tenido hasta la fecha la oportunidad de construir en Europa, si se excluye el ya desaparecido pabellón de la Expo sevillana; para Vitra ha realizado un edificio semienterrado, organizado alrededor de un patio cuadrado hundido en el césped y formado por un cilindro y dos prismas maclados con elegancia y quieta claridad, no por previsible menos serenamente hermoso.

Por último, Zaha Hadid ha construido su primer edificio exento —hasta la fecha, su única obra realizada era el interior de un restaurante en Japón— después de diez años de presencia continuada en la elite de la vanguardia arquitectónica, y la insólita novedad ha proyectado su cuartel de bomberos a las portadas de las revistas profesionales.

Geometrías ingrávidas

El edificio de los bomberos —una instalación especialmente importante, en una fábrica que ha sido en una ocasión destruida por el fuego— es una construcción dinámica y explosiva, que sugiere la celeridad de la intervención de los vehículos aparcados en su interior, pero cuya violencia veloz de proyectil roza lo incendiario. Sus volúmenes inclinados e inestables, que tan adecuadamente reflejan el interés de la iraquí por el suprematismo ruso —una afición que le inculco su profesor Rem Koolhaas en la Architectural Association de Londres, la ciudad donde Hadid acabaría estableciendo su residencia—, están construidos con hormigón armado, aunque su naturaleza antigravitatoria obliga a usar tanto hierro de armaduras que el hormigón apenas tiene otra función que no sea la de proteger el metal de la corrosión.

Para una arquitecta conocida hasta ahora solo por sus dibujos futuristas de geometrías expansivas e ingrávidas y que se ha declarado convencida de que los edificios pueden flotar, la materialización —contra todo pronóstico— del cuartel de bomberos de Vitra es un logro singular que hará del pequeño edificio una obra de influencia grande. Como Gehry, fue llamada por Fehlbaum para diseñar sillas y, lo mismo que el, ha terminado construyendo manifiestos.

Estas arquitecturas veloces, que franquean fronteras culturales y estilísticas, suministran metáforas de nuestro mundo finisecular. Representan el agitado movimiento de las personas, los capitales, las informaciones o las imágenes que enmadejan el planeta con su vértigo de flujos; pero representan también la creciente inestabilidad y mudanza de las economías y las sociedades contemporáneas, cuyos desequilibrios precipitan cambios y fracturas. La arquitectura se mueve, aunque, como el mundo, apenas sabemos hacia dónde. 


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