El fútbol no es sino una religión moderna, y como cualquier credo, cuenta con sus liturgias, sus símbolos y sus popes. También con sus templos. Entre los españoles, casi se podría considerar catedral primada al estadio Santiago Bernabéu; si no por antigüedad o capacidad, sí por historia: deportiva —ha sido escenario de las más altas competiciones, un Mundial incluido—, humana —por su césped o por su palco han desfilado todas las grandes figuras de cada época— y, por supuesto, emocional, con sus triunfos, derrotas y el famoso ‘miedo escénico’ que describió Valdano en la Revista de Occidente. Y como en cualquier sitio donde habita una larga historia, la propia arquitectura también se presta a dar su testimonio.
Lo recoge ahora Carlos Lamela, que con su colaboradora Concha Esteban ha documentado en un pequeño volumen las transformaciones de la casa del Real Madrid. Las conoce a fondo, pues junto a su padre Antonio —de quien heredó el corazón madridista— se puso al servicio del equipo de sus sueños a finales de los ochenta, cuando la tragedia de Heysel hizo casi obligada una ampliación del estadio que evitase la pérdida de aforo al suprimir las localidades de pie. Así daba comienzo un cuarto de siglo de feliz colaboración entre el el club blanco y el despacho de batas igual de blancas, desgranada en la publicación a través de abundante material de archivo.
Con sus machones de hormigón, sus torres albarranas o la tersa tribuna posterior, los Lamela supieron potenciar la claridad estructural que perduraba desde el ruedo racionalista que Manuel Muñoz Monasterio y Luis Alemany Soler levantaron en 1947. Un invariante que padre e hijo interpretaron inteligentemente para proyectar al club, su club, hacia el estatus de marca global, pero a la vez anclándolo a sus orígenes. Hojear las páginas de este libro es por tanto pasear con melancolía por un personal y coherente proyecto que hoy vela un opaco telón de acero, emblema de los inciertos derroteros del fútbol moderno.