Un fortuito desvío condujo en 1948 a un joven recién graduado de road trip por los Estados Unidos a una apartada ciudad en la que, sin poder imaginarlo entonces, desarrollaría toda su carrera y acabaría sus días. Así comenzaba el feliz vínculo entre Howard Barnstone y Houston, urbe texana que en los años 1950 vivía un pujante momento que muchos arquitectos aprovecharon para medrar y que vió florecer una ejemplar muestra de arquitectura de posguerra.
Así como apodan al estado sureño, Howard Barnstone fue una ‘lone star’: una estrella de carácter reservado, popular en su día pero cuyos trabajos han quedado inexplicablemente fuera del canon de edificios modernos de Houston, hecho que el trío de académicos que edita este libro quiere solventar. El conjunto de ensayos con Barnstone como leitmotiv busca dar a conocer una obra que encabeza desde la misma portada el que acaso es su proyecto más conocido fuera de Texas, paradójicamente uno en los que menos intervino: la capilla con grandes lienzos de Mark Rothko, diseño de Philip Johnson, que él se había limitado a modificar in situ para contentar al artista.
La publicación aborda su trayectoria profesional aunque dedica dos capítulos no menos prolijos a la relación con sus clientes y su vida privada. Barnstone fue un dandi que se supo codear con los magnates del crudo y los mecenas que buscaban convertir Houston en la Florencia sureña, los Menil o los Schlumberger que le invitaban a sus cócteles y para los que concebía bellas casas de miesiana espacialidad. Luces, pero también sombras en la historia de un outsider liberal en el conservador Sur, un bisexual atrapado en un matrimonio destructivo y aquejado de un trastorno bipolar que en última instancia le llevó a quitarse la vida.
«Lo interesante es hacer lo que a uno le da la gana», decía Buñuel. Elitista, sofisticado e irreverente a partes iguales, Howard Barnstone fue un verso libre sin estilo definido pero con un discreto encanto que cautivó a una burguesía y contribuyó decisivamente a la modernidad de una ciudad.