La arquitectura no es tanto ‘música congelada’ como ‘política cristalizada’. Si Goethe entendió que comparte con la música un orden interno matemático, su origen y propósito la enredan inextricablemente con la política. La organización de la polis exige normas sociales, pero también estructuras materiales que suministran la arquitectura y el urbanismo. La Política de Aristóteles comenta en detalle las ideas de Hipodamo de Mileto, que proponía una malla regular como forma ideal de la ciudad, y ese vínculo entre el orden geométrico y el orden social se extiende con las fundaciones de ciudades en el mundo clásico, las conformadas por las Leyes de Indias en la América hispana o los ensanches del siglo XIX. El pensamiento utópico, desde Tomás Moro hasta la Sinapia atribuida a Campomanes, materializa sus ideales políticos en la conformación de la ciudad, y otro tanto hacen los arquitectos revolucionarios franceses o los desurbanistas soviéticos. Las nuevas capitales del siglo XX —la Chandigarh de Le Corbusier o la Brasilia de Lúcio Costa y Óscar Niemeyer— surgen de necesidades políticas, y a la vez procuran expresar la naturaleza del poder que las crea. El estrecho matrimonio entre ciudad y política se extiende incluso al empeño libertario en alejarse de la urbe como lugar de opresión, al urbanismo disperso como promesa equívoca de autonomía individual, o a las distopías contemporáneas de la literatura y el cine que presentan la desorganización social como caos urbano, y el amenazante futuro totalitario enmarcado en metrópolis exactas y ominosas. No hay política sin polis, ni antipolítica sin negación de la ciudad...[+]