El espectáculo de los arquitectos
El XIX congreso de la UIA en Barcelona ha puesto de manifiesto la condición mediática de la arquitectura contemporánea.
Tenia que ocurrir. El espectáculo de la arquitectura se ha transformado en el espectáculo de los arquitectos. Los edificios emblemáticos de los últimos tiempos han convertido a sus autores en estrellas mediáticas, ávidamente reclamados para entrevistas, declaraciones o conferencias. En el congreso de Barcelona, la muchedumbre juvenil de asistentes agobia a sus héroes con demandas de autógrafos o fotografías, y los servicios de seguridad se ven obligados periódicamente a rescatar a ponentes anegados por la marea de fervor. Si las dificultades organizativas que ha causado la afluencia masiva de congresistas impiden proyectar imágenes de edificios, poco importa; los arquitectos construyen edificios de palabras, y la multitud devota entra en cálida comunión con los sacerdotes de esta religión exigente.
Este entusiasmo efusivo dice algo sobre la virtud infecciosa de la arquitectura para los que la practican o la estudian; pero dice mucho también sobre la naturaleza de las relaciones entre las élites y el público en la contemporánea sociedad del espectáculo. Paradójicamente, esta pasión por los arquitectos no se corresponde siempre con una pasión paralela por los edificios, que hablan siempre más alto y más claro que sus autores. Muchos de los asistentes al congreso dejarán una ciudad a la que acaso nunca regresen sin haber visitado la emoción perpendicular y gótica de la iglesia de Santa María del Mar, los laberintos ordenados y mágicos del parque Güell o la modernidad comprometida y civil del Dispensario Antituberculoso; pero llevarán con ellos una firma de Norman Foster en un programa o una foto de Peter Eisenman disfrazado con la camiseta del Barça.
La actual popularidad de los arquitectos es significativamente mayor que la de la arquitectura. Abajo y arriba, dos momentos del multitudinario encuentro de Barcelona.
Víctor Hugo predijo que el libro mataría la arquitectura, y, en efecto, la difusión de la imprenta quebrantó en buena medida el monopolio simbólico de los edificios. En la era de los medios de comunicación de masas, la arquitectura ha experimentado un retroceso aún mayor en su utilidad como vehículo de significados y ha quedado reducida con frecuencia a meras imágenes consumibles a distancia, que hacen innecesaria o decepcionante la visita. Así, la actual popularidad de los arquitectos no se corresponde siempre con la popularidad de la arquitectura, sino más bien con la afición por sus imágenes, y no son ya los libros, sino los arquitectos mismos, los que amenazan con su éxito el futuro de esta disciplina antigua. Pero el espectáculo ruidoso de los arquitectos no debe oscurecer la realidad silenciosa y necesaria de la arquitectura.