El parque automovilístico aumenta sin cesar, con mucha más rapidez de lo que se habilitan espacios destinados al aparcamiento. Aunque en muchos casos se trata de recintos anejos a otras tipologías y no estudiados con el suficiente interés, pueden plantearse soluciones arquitectónicas cuando se trata de un proyecto específico. Este nuevo conjunto de 25 garajes se sitúa adosado a otro aparcamiento existente en una localidad de la periferia sur de Nantes. A diferencia de aquél, cuyas plazas son al aire libre, el nuevo está formado por una serie de casetas que albergan los automóviles.

La imagen del grupo responde a una de las intenciones primitivas del proyecto: buscar y crear una arquitectura no tanto visible como habitable. La simplicidad de esta idea de habitación y abrigo —aunque sea para máquinas— se potencia mediante la depuración continua de los ritmos repetitivos y las proporciones constantes. Así se llega al sencillo concepto de estas cocheras: agrupaciones de tres o cuatro plazas, dispuestas en líneas paralelas, conforman cada una de las piezas de un conjunto donde se establecen relaciones biunívocas de lo general con lo particular.

Los cuerpos siempre tienen la misma apariencia: unos paralelepípedos negros con cubierta a dos aguas. En las fachadas no aparece ningún elemento que dificulte la percepción limpia de las piezas; incluso las puertas se revisten con las mismas lamas de madera que el resto de los paramentos, de forma que pasan prácticamente desapercibidas cuando están cerradas. Inicialmente se consideró la posibilidad de trasladar el asfalto del pavimento a las cubiertas, pero al final se utilizó una placa ondulada negra. Estos materiales comunes, trabajados con unas técnicas de construcción tradicionales, buscan un mayor acercamiento a la materialidad del objeto arquitectónico y rinden una especie de pequeño homenaje a lo cotidiano y ordinario. El objetivo no es sólo hacer lo que se hace, sino mostrar el cómo se hace y dejarlo plasmado en el proyecto...[+]