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Patrimonio nacional. Entre los bienes de la ciudadanía se encuentran los inmuebles heredados. Los monumentales, reflejo de la institución promotora, admiten vaciados, enmiendas y ampliaciones. Tres ejemplos de muestra: en Bilbao, el francés Philippe Starck recupera con una mezcla de austeridad y eclecticismo la Alhóndiga municipal, manteniendo su caparazón modernista; en Sevilla, Guillermo Vázquez Consuegra rehabilita el Palacio de San Telmo, antes universidad y seminario, como sede de la Junta andaluza;?y en Madrid, el estudio Mansilla y Tuñón inserta un museo-muralla en la cornisa del Palacio Real.
Sumario
Iñaki Bergera
Vino viejo en odre nuevo
Alhóndiga, Bilbao
Víctor Pérez Escolano
Monumento mutante
Palacio de San Telmo, Sevilla
Pedro Moleón
Magna contención
Colecciones Reales, Madrid
Intervenir en el legado. Por orden alfabético de sus autores se presentan doce obras en las que conviven pasado y presente: la reforma de la Fundación Tàpies en Barcelona; un vivero de empresas sobre una antigua fábrica en el Llobregat; la casa natal de Núñez de Balboa convertida en museo en Jerez de los Caballeros; el malagueño Mercado de Atarazanas, limpio de añadidos; el espacio dedicado a Chillida en una fábrica de papel en Legazpi; la Obra Social de Caixa Sabadell en una Escuela de Artes y Oficios; un ejercicio de reciclaje en el Matadero de Madrid; un museo en una casa solariega en Salamanca; la transformación en mirador de la Torre del Homenaje de Huéscar; un museo de arte contemporáneo entre vecinos barrocos en Alicante; un Museo del Agua junto al Canal de Castilla; y una intervención en la muralla de Logroño.
Ábalos y Sentkiewicz, Barcelona
Alonso y Balaguer, Esplugues
Amores y García, Badajoz
Aranguren y Gallegos, Málaga
Blancafort y Reus, Legazpi
Bonell y Gil, Sabadell
Arturo Franco, Madrid
Antón García-Abril, Salamanca
Antonio J. Torrecillas, Huéscar
Sancho y Madridejos, Alicante
Serrano y Vélez, Palencia
Ulargui y Pesquera, Logroño
Argumentos y reseñas
Almas gemelas. Bucky Fuller, inclasificable genio americano, influyó en las ideas de Norman Foster; en la galería Ivorypress se presenta una exposición que incluye su coche Dymaxion nº 4, recreado por el británico, que cumple 75 años.
Arte / Cultura
Jorge Sainz
Mundo Dymaxion
Jonathan Glancey
Las conquistas normandas
Centenarios madrileños. En 1910 abrió la Residencia de Estudiantes, que en 1928 recibió a Le Corbusier como conferenciante; también se cumplen cien años del nacimiento de Félix Candela, autor de decenas de cubiertas laminares.
Salvador Guerrero
Clases magistrales
Ricardo Aroca
El constructor autodidacta
Herencia construida. Françoise Choay reflexiona sobre el patrimonio; además, dos estudios sobre la vivienda social; los coches del desaparecido Bill Mitchell y de Foster;?nuevos textos de estética; y libros recibidos.
Historietas de Focho
España en Sudáfrica
Autores varios
LibrosÚltimos proyectos
Apilamientos suizos. Un exquisito aparcamiento de varias plantas en hormigón desnudo, donde los coches alternan con tiendas de lujo y espacios para eventos en Miami Beach, es la última obra americana de la pareja de Basilea; al norte de Zúrich se levanta una escuela de estructura metálica triangulada y distribuida en vertical, rematada por un gimnasio diáfano y vestida de vidrio.
Técnica / Diseño
Herzog y de Meuron
Chasis airoso
1111 Lincoln Road, Miami
Christian Kerez
Pespuntes metálicos
Escuela Leutschenbach, Zúrich
Para terminar, Peter Eisenman, gran aficionado tanto al fútbol (soccer en el inglés de Estados Unidos) como al fútbol americano, comenta como telespectador habituado a las retransmisiones europeas sus impresiones sobre el Mundial de Sudáfrica 2010 —donde triunfó la selección de España—, destacando la americanización del juego y su preferencia por la experiencia directa.
Productos
Asientos, fachadas
Resumen en inglés
National Heritage
Peter Eisenman
El Mundial televisado
Luis Fernández-Galiano
Patrimonio nacional
Si nuestra única patria son los paisajes de la infancia, nuestro único patrimonio son los recuerdos en que se cimienta nuestra identidad personal o colectiva. Pero la memoria no se alimenta sólo de fotografías pálidas, músicas olvidadas o perfumes desvanecidos; se nutre también de la experiencia física de los entornos, edificios y lugares que han sido teatro de la vida. La arquitectura es nuestra magdalena de Proust, y proteger sus obras del testarudo deterioro que infligen el tiempo y el descuido equivale a enfrentarse a la desmemoria deliberada de esta cultura lotófaga, donde la amnesia social se combina con la fabricación de ficciones, y donde los estragos de la entropía son menores que la devastación causada por las falsificaciones históricas.
Cada generación reescribe en todo caso su pasado, reinterpreta sus edificios con los intereses del presente, e interviene en las arquitecturas obsoletas para adaptarlas a nuevos usos. En esa regeneración de construcciones heredadas hay un inevitable componente destructivo, porque la cirugía de las obras no puede prescindir del bisturí, pero en la mayor parte de los casos la pérdida se compensa con una extensión del ciclo vital que sólo el paso por el quirófano hace posible. La nostalgia por las huellas del abandono es tan respetable como la indignación ante los casos en que fábricas venerables son tratadas con cirugía plástica invasiva y ensañamiento terapéutico; pero nada puede reprocharse a la medicina cautelosa que prolonga y enriquece la vida.
Hasta hace bien poco, el concepto de patrimonio se asociaba únicamente a obras de gran singularidad o antigüedad, cuya tutela correspondía rutinariamente a los historiadores y arqueólogos. Hoy, la extensión de esta rúbrica a campos innumerables, desde el paisaje o la agricultura hasta la ingeniería o la industria, y su prolongación hasta el pasado más inmediato —que incluye el patrimonio moderno, pero también ámbitos urbanos convencionales— traslada el énfasis del terreno pugnaz de la memoria colectiva al espacio negociable de lo cotidiano. Así, mientras las obras icónicas y memorables se disputan entre los agentes políticos y la industria del ocio, el patrimonio habitual se recupera, rehabilita y renueva como fuente de utilidad y placer.
El patrimonio construido, en efecto, no es sólo memoria congelada. Tanto el monumental como el anónimo acumulan la energía de sus materiales y su construcción: una herencia que cada generación recibe de la anterior, y que debe administrar juiciosamente, sin permitir que los restos actúen como un caparazón que impida el desarrollo del organismo social, pero sin tolerar tampoco que ese caudal se despilfarre con el abandono displicente o la demolición innecesaria. La prosperidad ha hecho de nosotros niños caprichosos que olvidan o rompen sus juguetes para sustituirlos por otros nuevos, y hoy debemos reeducar a esa infancia malcriada para que recuerde, repare y reutilice. Esos juguetes viejos son nuestro patrimonio, y acaso nuestra patria.