Vázquez Consuegra, Palacio de San Telmo

Monumento mutante

Víctor Pérez Escolano 
30/04/2010


En Sevilla, el sur ha ejercido siempre una extraordinaria fuerza de atracción. Casi al borde del lago Ligustino, el primitivo asentamiento humano se estableció en las suaves alturas de tierra seca que el río respetaba en sus crecidas. Híspalis se hizo desde allí, y la Isbilia almohade desplegó sus murallas, en pugna acuática más que bélica, hasta formar los límites del casco histórico que hoy reconocemos. El ámbito más significativo, su alcázar y mezquita mayor, constituyó la punta meridional del discurrir del Guadalquivir. 

Allí estuvo la Puerta de Jerez, desde la que cabía ver las flotas salir y llegar al Arenal, y gozar de los espacios amenos que una geometría de meandros propiciaba. La historia urbana de Sevilla no se explica sin el río, pero tampoco sin el juego sucesivo que el exterior de sus murallas produjo en relación con la vida de la ciudad interior. Y allí vino a plantarse, dejando su sede en el arrabal de Triana, la elocuente arquitectura de la condición marinera y americana del más importante puerto interior de la península Ibérica, la Universidad de Mareantes...


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